domingo, 13 de diciembre de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Olores

 

                                      


 

Las mofetas, dicen  los que saben, son unos bichos asquerosos que huelen mal, peor, huelen fatal. Como algunos que vemos en los telediarios (me refiero a otro olor, por supuesto) que aparecen en la pantalla más o menos pequeña que hay en la salita de nuestras casas y que nos cuenta las cosas que vienen de fuera. Por eso, yo me he autolimitado la atención que les presto. Procuro solo la precisa para informarme… Para lo demás, peróxido de hidrógeno (el agua oxigenada de toda la vida, leñe con el nombrecito) alcohol que desinfecta un montón,  y bicarbonato…

Ahora, entra un tiempo de recuerdos.  El olor (el de las mofetas del telediario para ellos) a matalauva, anís, canela, un espolvoreo de azúcar, almendran molida y todas esas cosas que las manos excelsas de nuestras madres las trasformaban en dulces de Navidad…

Los hornos olían a caldeo con retamas, arbolinas y aulagas, a leña del monte que los ponía en su punto de calor y, luego aparecían, al abrir la tapadera, cocidos a manera de mantecados, de roscos, de tortitas minúsculas, desiguales en la forma, pero con sabor a gloria bendita.

Eran tiempos de otros olores. Los niños montábamos el Nacimiento. Nuestras casas, por unos días, olían a campo. A campo perfumado y tierno, a campo al alcance de la mano. El monte se bajaba hasta el rincón seleccionado y se llenaba de lenticos, ramitas de encinas, tomillo, romero y pitas pequeñas del Quebraero que impregnaban el aire con un aroma diferente, distinto, penetrante y fuerte.

Las praderas de anilina verde cubrían la llanura que formábamos delante del portal.  Por la llanura corría un río con un puente y con lavanderas en la orilla. En aquella llanura pastaban las vacas y sus terneros, y picoteaban las ocas que se había salido del río de aguas claras con espejos y papeles de plata y que siempre nacía desde debajo de las montañas en oquedades de gandingas…

Nuestras casas olían a recuerdos de otras tierras de desiertos y de un hombre malo que mataba a los niños y de pastores en las montañas y de tres (¿eran tres o cuatro, ¡“por qué no te callas”!? ) reyes que venían guiados por una estrella… ¡Ay, la estrella, Dios mío a dónde quizá esté llegando también los olores del telediario!


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