No sé dónde he leído, que Ramón
Gómez de la Serna, el creador de las greguerías, decía que en el Rastro se
encuentran los libros que no se pueden
leer. Probablemente sea cierto. Uno hace un acopio de libros, bien porque se
vienen solos o porque los trae alguien y llenan los anaqueles ocupando un sitio
que los estaba esperando.
Los sotos del río son algo así,
como el rastro de los ruiseñores, o sea un lugar donde están los pajarillos porque
la naturaleza es así, pero que, a
diferencia de los libros, nunca pondrán
venir a llenar algún hueco en nuestra casa. Los ruiseñores, no pueden vivir en
cautividad.
En las mañanas de primavera, por
abril, y más por mayo, en esas horas altas de la madrugada donde el lubrican
aún se adueña de la noche y todavía no viene el día, ellos llenan con sus
trinos esos momentos indescriptibles que no se pueden comparar con nada en el
mundo.
El ruiseñor es pequeño, diminuto,
casi insignificante. No es llamativo por su tamaño, ni por su pluma de color
parduzco. El ruiseñor vive entre la maleza y entre la vegetación de las orillas
de ríos y arroyos. Es amante de los lugares frescos, sombríos. A veces, se deja
ver cuando canta, e incluso permite la cercanía del hombre. Dicen que su canto
sube de tono y se hace aún más bello, mientras están en el proceso de
anidamiento.
Es un pajarillo migratorio. A
finales de verano, emprenden la marcha. No queda claro si son gregarios o no,
porque se pueden ver de las dos maneras, o en bandadas o solitarios. Buscan los
lugares cálidos de África para pasar los meses gélidos del invierno.
El ruiseñor tiene buena
literatura. Se asocia con el amor. En el siglo XVII, en 1611 ya lo recoge el Diccionario
de Covarrubias: “Avecita que
con su canto nos alegra y regocija en primavera, dicha en latín Luscinia porque
canta al alborada…”
El cancionero, en el Romance
del Prisionero, le da aún mejor trato: “Que por mayo era, por mayo / cuando
hace la calor, / cuando los trigos encañan / y están los campos en flor, /
cuando canta la calandria / y responde el ruiseñor….”
Ahora, cuando los árboles de hoja
caduca: almeces, granados o prunos, se despojan de sus hojas, no hay ruiseñores en los sotos…
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