Está ahí, a medio camino entre el
mar de Ulises con olas de nácar, sirenas y delfines y peces plateados que piden espetos, y ese otro mar, el de
olivos, abierto más allá de la cordillera que va a entregarse a orillas del Río
Grande, por el que los barcos llegan a Sevilla. Está ahí, asomada, como de
puntillas, a otro río, más modesto, más humilde, pero nuestro que lleva sus
aguas de los Alazores a Málaga y la entrega como tributo en el rebalaje.
Crisol de siglos, por aquí pasaron
todos: prehistóricos, fenicios, romanos, árabes, cristianos de Castilla… Ninguno
quiso irse y nos dejaron parte de ellos mismos. Piedras, talladas y
pulimentadas, de cuando vivían en las
riberas; ánforas, para transportar vino y aceite cocidas en los alfares, porque
dicen los que saben que había dos, en
arroyo Hondo; termas, en Canca para hedonismo del cuerpo; un castillo – el Castillo de las Torres – de
defensa y refugio por aquello de los temores y los miedos. Edificios soberbios,
templos descomunales, luchas de hombres que vencieron otras epidemias, períodos
de dureza, dificultades...
Y acogió a los vinieron. Los que
vivían aquí hicieron suyas costumbres,
las maneras de ser y de hacer, las creencias, y la fe. La Encarnación, Flores,
la ermita de la Vera-Cruz, Santa Brígida… Aparecieron apellidos comunes:
Moreno, Galván, Pérez, Delgado, López… Y Encinasola allí, y Álora aquí
decidieron unir destinos…
Ahora, porque cambian los tiempos
dicen que va a ser “Municipio Turístico”, un reclamo más: “Álora, la bien
cercada”, “Álora, cuna de la Malagueña, ”Álora, llena de vida”. “Álora, Valle
del Sol”, “Álora, entrada natural al
Caminito del Rey”… ¿Qué más da?
Álora es el canto de una alondra
cuando despunta el día, un pespunteo blanco que invita a compartir mesa y
mantel, cante y esencia, originalidad y embrujo… Requiebro y gente
abierta. Una mano tendida al que llega,
y en la ida, un abrazo sentido, entrañable, un ‘hasta luego’ porque espera su
regreso. Un beso que se queda flotando en
el viento… Álora, conocerla para amarla. Blanca de cal y cielo limpio
por el que, algunas veces, van de paso las nubes. Vienen de alguna parte y van
a algún sitio. La miran desde la altura, la contemplan, se recrean y dicen: ahí queda eso, os la dejamos para
deleite y gozo, para recreo y…
Muy bueno, Pepe.
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