viernes, 29 de mayo de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Mariana y Bartolo


                            



A bien decir, la Feria Real, o sea la feria de verdad, era la que se celebraba en los primeros días de agosto, el uno, dos y tres. Había otra feria, la de septiembre, durante los días veinte, veintiuno y veintidós. Era una feria de segunda división. El último día se llevaba a cabo la romería. Por la mañana se trasladaba la Virgen de Flores al convento y retornaba al pueblo  al caer la tarde.

La imagen cuando la cosa se puso ‘fea’ en los años anteriores a la Guerra incivil,  por acuerdo unánime, y temiendo por su seguridad, la trasladaron a la parroquia. Se ubicó en sus andas, junto al cancel de entrada por la puerta de la calle de Atrás… En el convento había una ermitaña, Anica, y su hijo Juan, “Juanico, el del Convento”, que custodiaban el recinto, pero esas personas eran insuficientes para poder controlar a una turba desalmada que podía hacer cualquier disparate.

La Feria,  - que me voy del tema - , nació en torno a la festividad religiosa de la Porciúncula, fiesta donde los franciscanos celebraban la reconstrucción por el propio San Francisco, de una pequeña basílica junto a la iglesia de Santa María de los Ángeles que celebraba la Asunción de la Virgen…

Durante esos días, en la parroquia de Álora – el convento ya desamortizado, sin la imagen de la Virgen y en ruinas, no tenía culto – se construía una pequeña capilla con macetas y flores donde las personas piadosas acudían para ganar el ‘jubileo’ haciendo tres salidas esporádicas hasta el panteón entre rezos.



El mundanal ruido iba por otros derroteros. La venta y compra de ganado – vacas y bestias en la haza de Bernabé, y cabras, ovinos y cerdos, en el olivar, al otro lado de la carretera – generaba algún dinerillo al que se le daba opción de mover: tabernas para los grandes, un circo, carricoches para la gente menuda…
El muchacho era muy corto. Una de las noches, se ‘arrimó’ a la niña que, naturalmente, se colocó en medio para demostrar un cierto desdén… En uno de los pocos momentos él le pregunta:

-         Y, tú… ¿cómo te llamas?

-         Mariana, respondió, y ¿tú?

-         Bartolo…

Al rato, casi continúa el monólogo.

-         Tú ¿de dónde remaneces?

-         De Poco Pan… Y ¿tú?

-         De Poca Agua…

-         ¡Vaya carrera llevamos nosotros! Dicen que comentó Bartolo…





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