Está ahí desde no sabemos
cuándo. En su sitio. Una pincelada blanca chorreada por la ladera; una gota de
estrella escapada de la Vía Láctea; un suspiro hecho realidad. Da tanto y
espera tan poco que, pacientemente, aguarda, la mano que, como a Lázaro, le
diga: “levántate y anda”.
Parece que la voz de llamada ha
llegado. Un proyecto excepcional quiere revitalizarlo. Un equipo de arquitectos
jóvenes tiene el reto; es una
preciosidad. La Corporación volcada. Ve tantas posibilidades que su cambio
sería un logro que llenaría de vida una de las zonas más bonitas, más
emblemáticas y más sugerentes de Álora.
El Barranco, el pequeño
Alabicín de nácar y nuestro arrancó en los arrabales del castillo – el Castillo
de las Torres – y fue el embrión de lo que, luego, con el paso del tiempo se transformó en un pueblo
importante en el extremo más al norte de la Hoya de Málaga.
El castillo, un bastión
importante durante la Edad Media. Cercos
y más cercos. Los reyes castellanos, una y otra vez, encontraron una
resistencia férrea. Era la última defensa antes de penetrar, siguiendo el curso
del río, hasta la ciudad de Málaga. Luego, el mar…
En la mediación del siglo XV,
1434 por más señas, ante sus muros muere Diego de Ribera, Adelantado de
Andalucía. Su muerte la difunde uno de los romances más hermosos de la
literatura épica castellana. Comienza con los versos de “Álora, la bien cerdada
/ tú que está en par del río…”
Del hecho supieron en toda
Castilla y Aragón; Murcia, Valencia y todos los lugares donde los trovadores
llevaban el romance como la manera de contar los acontecimientos de aquellos
tiempos. La muerte del Adelantado fue llorada por la Casa de los Per Afán de
Ribera, señores de Bornos; sus restos llevados a la cartuja de Santa María de
las Cuevas de Sevilla; su abuela, Catalina de Ribera mandó elevar un sepulcro
en mármol. Allí están sus restos…
Pasado el tiempo, acabadas las
contiendas, la iglesia construyó una nueva parroquia. La llamó como la primera
construida entre los muros del castillo, Nuestra Señora de la Encarnación.
Compite su campanario que otea vientos con la belleza que tiene enfrente, o
sea, un albaicín blanco y recóndito;
íntimo, con embrujo y bellísimo… Nosotros, lo llamamos El Barranco…
Precioso Albaicín aloreño precisamente cantado.
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