Se perdió por El Perchel. Le
contaron que el barrio, “los percheles’, lo cita Cervantes. El ventero guasón
se ríe de don Quijote la noche de la vela de armas y le dice que fue caballero
y que en sus años mozos anduvo de la ceca a la meca y que visitó “los Percheles de Málaga” y las
“islas de Riarán”.
Le contaron, también, que don
Miguel recordó el Barrio en Los Trabajos
de Persiles y Segismunda: “nos cautivamos juntos porque yo cautivé en Alicante
en un navío de lanas que pasaba a Génova: mi compañero en los Percheles de
Málaga, donde era pescador”.
Sepa usted, le dijeron, que el nombre le viene porque desde el tiempo
de los árabes los pescadores secaban el pescado, sacado con el copo, en
perchas, al sol, y de ahí el nombre de calle Salitre y… Stendhall asentía a
todo.
Le contaron que un gitano muy
pinturero, el Piyayo, creó un cante con aires de Guajira de cuando estuvo en
Cuba y le dio un aire especial al tango y desde entonces se llamó Cantes del Piyayo: “Adiós patio de la
cárcel / rincón de la barbería / el que no tiene dinero / se afeita con agua
fría…”
Supo también que en calle
Mármoles dos hermanas tenían un puesto
de hortalizas. Las pregonaban y vendían. Allí nació la Jabera: “Barrio de la Trinidad / cuantos
paseos me debes / cuántas veces me han tapao / las sombras de tus paeres”…
¿La Virgen de la rosa roja en
el pecho? Zamarrilla. Camino de Antequera. Un bandolero huye de la justicia; se
refugia bajo su manto. Le clava una rosa blanca con su puñal como
agradecimiento; se torna encarnada. Es una leyenda; es preciosa…
Barrio de gracia. Carecieron de
casi todo. Pasaron por el Llano de la Trinidad y por delante de la puerta de la Casa de Socorro...; de aquello, hoy, casi nada. Había poco que conservar; tampoco se hizo con algunas cosas que sí lo merecían...
Y bajaron, después, porque
Stendhall no iba solo, por calle Cuarteles. En Casa Catalina compraron un
cartucho de pescaíto frito. Sacaron dos
billetes de tren para Álora; pagaron 0,70 céntimos de peseta - a 0,35
cada uno – y subieron a un tren de madera. La locomotora lanzó un pitido
largo y agudo, y una bocanada de humo. El el tren se puso en marcha y… se cerró
el cuaderno de la fantasía porque Stendhall nunca estuvo en Málaga.
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