Stendhal viajó a Florencia en enero de 1817.
Marie-Henry Beyle, que era su nombre, llegó a Italia unos meses antes. Traía
hambre de arte. Había pasado por Roma, Nápoles, Milán y Bolonia. Terminó en
Florencia.
En sus calles, sembradas de belleza, se empapó. Desde la cúpula de
Brunellechi, esa que decían sus contemporáneos que se iba a caer de un momento
a otro, y que todavía sigue en pie, hasta la Santa Croce. Visitó el palacio de
los Uffizi, la Plaza de la Signoria, el Ponte Vecchio…
En la Santa Croce, donde está enterrado Miguel
Ángel, dicen, que sintió una
descomposición. Un médico lo atiende. Le tomó el pulso. Le diagnostica algo así
como ‘empacho de arte’. Otros, de una manera más sutil, lo llaman ‘síndrome de
Shendhal. Como quieran. Florencia, más lo que traía en el cuerpo, da para eso y
para más.
Stendhal nunca vino a Málaga. Por aquí
vinieron otros viajeros románticos; buscaban toros, cante y bandoleros. Cuestión de
gustos y de andar los caminos que, en aquel tiempo, no eran ni seguros ni
cómodos.
Si Stendhal si hubiese acercado a Málaga en
aquel tiempo habría visto una Málaga muy diferente a hoy. Si jugamos con eso
que se llama fantasía, habría bajado de un crucero en el puerto; cruzaría el
parque y vería cómo se enrosca el embrujo en Puerta Oscura y sube por
Gibralfaro y se chorrea por la Alcazaba.
En la Plaza del Merced podría saber lo que
significó Torrijos para el Liberalismo y Picasso para el arte; por calle
Granada, una entradita al Santiago -
oigan, lo han dejado precioso – y al tiempo un repaso a lo que es la libertad
para el preso y de lo trabajan Edu y Paco Valverde en ese tema...
Por Santa María lo que hay de gótico en Málaga,
y un poco más allá, aquello de “en el café de Chinitas / le dijo Paquiro a su
hermano / soy más torero que tú / más valiente y más gitano…”
Desde calle Larios - si entró a la sillería del coro de la
catedral todavía la traería en la retina y habría sabido quien fue Pedro de
Mena – cuando llegase a la mediación, solo tendría que levantar la cabeza, y
mirar, y entonces, solo entonces sabría que el perfume de biznagas en las
noches de verano aún hace más hermosa la belleza de la “manquita”…
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