Ha avanzado la tarde; pasa el
tiempo. El sol se despidió primero de las lomas de Virote; luego, se remontó al
Cerro de la Fiscala. Doró las últimas cumbres de El Torcal. Era un sol amarillo
y cansado. El sol del verano madruga mucho. A ciertas horas se entrega como los
toros mansos en tablas…
Se ha hecho noche cerrada. El
cielo, el cielo de julio tiene el encanto de las noches de verano. Es
placentero y quieto. Se ha llenado de sueños incumplidos - ¿o no? y están, tan
distantes, que se antojan inalcanzables.
Hace un rato llegaron mis
nietos. Pasamos un primer repaso a la parra; luego, otro y otro… Las uvas ya
pintonean. Es una aventura eso de trepar
desde los hombros del abuelo a las alturas a las que los niños no llegan. Abuelo, otra vez, otra vez… ¿Quién disfruta más?
¿Ves aquel punto que se mueve? Es más pequeño
que una estrella, menos reluciente, le digo a mi nieto, eso es un satélite…
“Abuelo, y ¿adónde va”? a ninguna parte, le contesto. Da vueltas y vueltas y
vueltas…”Ah”, me dice en su asombro de niño…
Ha virado el viento. Ahora
sopla de poniente. Es un viento que viene caliente. El viento que sube de la
mar refresca y trae pespunteos de brisa. Es más especial que otros vientos. El
viento de poniente, cuando no sopla desde el Estrecho, viene caliente porque
atraviesa la tierra caldeada.
Pasan coches por la carretera.
Las hojas de la parra, de vez en cuando, tienen un abaniqueo imprevisto. Debe
ser algún pajarillo; busca un mejor aposento. Los pajarillos en las noches de invierno
se refugian en las ramas más bajas de los árboles; ahora, no; ahora, en esos
lugares por donde les entra algo de fresco y no llegan los gatos.
La dama de noche tiene un olor
que embriaga. Es un olor sensual, profundo, penetrante. Es un olor propio de
esas plantas que dan toda su gracia amparadas en la oscuridad. Dejan la luz del
día para las otras; ellas compiten con lo mejor que tienen: regalan fragancia.
Huele, también, a campo seco y parva en la era. En la lejanía
se escuchan las cencerras de las bestias. Carean en el rastrojo. Las bestias
aprovechan esas horas más frescas de la noche y se comen los pajotes que
dejaron las cosechadoras. Ladra un perro…
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