Cruzó el aire, como cruza el cielo la luna que
aparece por los Lagares y sobrevuela las lomas de Canca y se va por el Monte
Rendondo… Embrujo. La noche se llenó de magia y la guitarra acompasó, acompañó,
ahormó la voz de Antoñita Contreras. Embrujo.
El Castillo de las Torres acogió por primera vez en
su historia un recital dentro de sus muros. Tuvo mucho duende la noche. Tuvo el
embrujo que Antonia Contreras pone con su entrega, con su arte, con su hacer
siguiendo las notas de lo que le sale de dentro y a compás de la guitarra de
Juan Ramón Caro.
El enorme patrimonio cultural de Álora – Museo
Rafael Lería, plaza Baja de la despedida, Molino del Bachiller, parroquia de la
Encarnación – puso el escenario; los artistas en un abanico esplendido se
encargaron del resto. Noches de cultura y de recuerdos de otros tiempos, noches
de encanto y misterio. Le han puesto por Al-loárabe.
El recinto del primer patio del castillo se llenó de
un público al que Antoñita llegó y entusiasmó con canciones de Lorca, Lole y Manuel, sevillanas bíblicas de Alosno,
Maite Martín, cantiñas de Huelva y un repertorio lleno de sensibilidad, poesía
y encanto.
La noche estaba esplendida. Dentro del recinto
corrió la brisa fresca que sube por la vega y viene del mar. El público estaba
tan a placer que el recital pareció como con sabor a poco. Se quería más, se
pedía más.
Encanto, embrujo y misterio. Entre muchos de los
asistentes, también, corrió el velo de los recuerdos de un pasado muy fresco,
muy reciente y que para muchos vecinos de Álora dejó en sus almas la impronta
de lo sagrado que pervive y que flota y que es consustancial a todo lo que se
encierra en los muros de adobe que,
curiosamente, han pervivido gracias a la muerte. Así es la vida.
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