El pueblo se asoma al pantano donde se retienen las aguas al Guadalete.
Anda por sus calles. Es un pueblo blanco; bellísimo. Entra en la parroquia de la Virgen de la Mesa; en San
Juan de Letrán, donde acaba la plaza le rezan a la Virgen de los Dolores
Cuando se crean los cementerios civiles, el cura de Zahara informa que “en
Zahara los ricos se entierran en la parroquia, otros en San Juan de Letrán y
los pobres en el campo”. Un lienzo en la parroquia muestra a la Virgen del Carmen, Redime
‘penitos’ del purgatorio, pero allí quedan, abajo, una mitra y un birrete
cardenalicio, ¿por qué será?
En la puerta de entrada al coro conservan un tintinábulo. Es el único que
he visto en el deambular por toda la tierra andaluza. Tocaba las campanillas en
la vigilia del Sábado Santo agitadas por la mano del preboste de turno que lo
tenía a gala y honor. Cosas, cosas, cosas...
Sube al castillo. Fortaleza inexpugnable. Dio escalera a su escudo
nobiliario y leyenda a la “raja del viento” por donde dicen que penetraron los que osaron subir. Tropas del Duque de
Arcos, tiempos de luchas de moros y cristianos que el orden poco importa cuando
alguien defiende lo que cree suyo y, el otro, viene, porque al igual también
piensa lo mismo.
De la inexpugnabilidad de Zahara, enriscada, hablan todas las crónicas
medievales. Por no ser prolijo te cuento sólo dos.
Una. 1481. En plena tregua: “Abozan sabiendo que en la villa de Zahara
había poca gente, fue una noche sobre ella, la escaló y entró; y matando al
alcayde tomó catibos a todos los
cristianos, y robó todo cuanto en ella había y dexandola a buen recaudo se
bolbio a Granada. A cuya causa los Reyes Católicos le mobieron guerra”.
Otra. Rodrigo Ponce de León – 1493 -, duque de Arcos, la asaltó no encontrando en ella mujeres ni niños, sino
hombres de guerra. La hazaña le fue recompensada con el título de marqués de
Zahara y un escudo de armas en el que un león escala el castillo blandiendo una
espada.
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