sábado, 11 de julio de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cipreses

En este verano tórrido – no deja de ser un tópico porque si no hace calor, no es verano – parece que los cipreses no quieren enterarse y se las andan como si la cosa no fuese con ellos y están a lo suyo que es algo así como otear los vientos que vienen de muy lejos, y de vez en cuando, lo anuncian y mecen los pimpollos que apuntan al cielo.

Pero este año los cipreses también lo tienen difícil. No se mueve ni una pizca de aire. Todo está quieto. Las brisas parecen que se han tomado unas vacaciones largas y no vienen  ni a dar un  recado. Ellos, siguen  ahí.  Los veo frente a mi ventana, enhiestos y esperando a que pase algo.

Los cipreses no tienen buena literatura y los cargan  de tristeza y melancolía. Es una exageración colocarles el sambenito. Ellos no tienen la culpa. Y se mire cómo se mire siempre se les guarda un sitio allí, en los cementerios, porque alguien dice que es su lugar idóneo. No estoy de acuerdo.

Decía Martín Descalzo que Roma era la única ciudad del mundo donde los cipreses no eran tristes. Tampoco son tristes los cipreses del Generalife granadino, ni los que orlan los caminos de La Toscana, ni lo es el ciprés de Silos.

Gerardo Diego lo elevó - al ciprés de Silos -  a lo más alto del soneto y encadenó endecasílabos y lo vio como “chorro que casi a las estrellas alcanza”. Los poetas ven lo que todos miramos y solo ven ellos. Por algo están tocados por la Gracia de Dios…


Esta mañana en los cipreses, frente a mi ventana, los gorriones se hacían remolones para emprender la tarea que el Jefe les tenía encomendada y se perseguían como niños traviesos antes que abran las puertas de la escuela. En la frondosidad gorjeaban y jugaban entre ellos. Por el Cerro de la Fiscala apuntaba el primer rayo de sol; apuntaba el día…


No hay comentarios:

Publicar un comentario