Una amiga – Manuela Domjap – me ‘regaló’, la dulzura de una
composición de ensueño colgando en mi muro, la Romanza de Bacarisse. Y, ante
eso, a uno solo le queda entornar los ojos y dejar que pase el tiempo despacio,
despacio, muy despacio…Y me dejo llevar por esos acordes de guitarra arropados
por los violines.
Otra amiga
– Carmen Bandera – pone: “My loney road (sad harmónica and guitard music)
Paintigns by Jhon Atkinson Grimshaw”. Yo, naturalmente, como todos los
españolitos de mi edad que estudiamos los cursos reglamentarios no tengo ni
pajolera idea de inglés.
Veo la carátula. Me viene de pronto. Le pongo un comentario:
¡Ay! ¿Cuándo llegarán las tardes cortas y el aire fresco y podamos dejar que
vuele la fantasía y se escape de este sopor que nos aplasta?
Marisa, entrañable, cariñosa, dulce… como solo es Marisa.
Esa mujer que tiene los ojos grandes, tan grandes como la luna cuando se
refleja en el agua del pozo, va y aporta a mi artículo de hoy nada menos que a
Facundo Cabral y a Alberto Cortez.
Hablan de un amigo que se ha ido, de vacíos que no los pueden
llenar otras llegadas; de estrellas, de caminos detenidos, de duendes…
Y por si faltaba algo – que no falta – Carlos Gómez Lagares,
al que por cierto hace mucho tiempo que no veo, y eso no está bien, amigo
Carlos, nos ha traído el recuerdo de uno de los grandes poetas de Sevilla y se
ha enredado con el recuerdo de Joaquín Romero Murube.
“(…) una tristeza
pura, más que humana, / va serenando el ritmo de la sangre. Y nos avisa un eco
de muerte. Y se oyen las palabras de los ángeles”. Y yo sigo con los versos
de Joaquín y con la música de los amigas. Como veis hoy de gorrón total. Y dejo
que suban las sombras y los jazmines (la
foto se la he rapiñado a Juan Francisco Martín Sanz) se vayan abriendo, como solo
saben hacerlo ellos, con su aroma y sus silencios adueñándose de la noche.
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