Era una sirena morena, de ojos negros y labios sensuales.
Era un sirena bellísima que se vistió de blanco y vino a donde el rebalaje y
quedó varada porque las sirenas son de mar a dentro y nunca vienen a la orilla.
Era una sirena que salió con la luz del día…
Christian Andersen escribió en el siglo XIX un cuento.
Realmente escribió muchos cuentos. Pero el cuento de hadas que hablaba de la
Sirenita inspiró a Edvar Eriksen a
fundirla en bronce. La hizo y le buscaron sitio en el parque Langeline.
Está sobre una roca que se adentran en el mar. Deja que pase el tiempo y, cuando sube la
marea, las olas de la bahía de Copenhague bañan su cola de pez y ella no se
inmuta, no se mueve, no dice nada. Enfrente se abre el Báltico frío gélido en
invierno. ¡Cuánto frío pasará esta sirenita en esos meses sin luz y sin sol!
En Torrejón de Ardoz, cuando Madrid deja de ser meseta para
hacerse alcarreño, hace unos años construyeron un parque temático de
imitaciones. Se trajeron y pusieron muchas cosas. Una réplica de la sirenita
vikinga mira a la estepa. Se abrasa con las calores del estío junto a un río
que también emula un mar… Hay gustos que a uno le sacan un ¡ay!, desde lo más
adentro…
Ulises navegaba por las aguas azules de Capri. Un poco más
allá Sorrento y Nápoles que todavía no era Nápoles ni Plinio ni el Vesubio
habían pasado a la historia. Estaba en otro mar; el suyo, el Jónico regalaba brisas a Ihataca.
Ulises, que debía ser temible, hizo que lo amarrasen al
mástil para no dejarse seducir por los cantos de las sirenas del Tirreno. Eran
los seres, según la Odisea, más maravillosos que podían salir del fondo de
aquellos mares.
Claro, que padre Homero cuando escribió en hexámetros
dactílicos - ¡que pedantería, ¿verdad? – la Odisea no conocía a esta sirena que
se vino una tarde de verano a las costas de… facebook. Si no…
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