Los tabarros se iban y se venían esta mañana temprano a las
uvas de la parra como quien va a lo suyo. Tienen un enemigo natural que madruga
más que ellos: los mirlos pero no les importa. En cuanto el sol apunta por el
Cerro de la Fiscalas ellos inician su viaje mañanero.
Comparten y no se pelean. Hay para todos. Aún no han
aprendido esa lección de los políticos al uso que se dan puñaladas. La
naturaleza es más sabia y más noble. Y, para cuando den de corto ahí están ya
las higueras con los higos chorreando miel por el ombligo.
Los tabarros a esa hora me recuerdan a aquellas beatas que
acudían a la misa de alba del pueblo. Velo sobre la cabeza, misal bajo el brazo
y a ‘desayunarse’ con el manjar divino. Los tabarros saben que estas uvas no
van para vino y, ellos, que no son nada irreverentes, le aligeran el camino
antes que lleguen a la mesa.
Las uvas – por Santiago, la más tempranas ya tienen la sazón
oportuna – están en su punto óptimo de madurez, color y azúcar. Son néctar puro.
Están resignadas porque lo saben que ellas no tendrán el fin divino de aquellas
que serán vino de misa… Así es la vida.
Zureaban las tórtolas en los álamos del arroyo. Desde el
comienzo del verano están por aquí. Cada vez se ven menos, es verdad. Pero es
una delicia escucharlas. Estaban en competencia con un ejército invisible de
chicharras que anuncian que el día promete, como prometió en el ayer y el
antier y el otro, y el otro… Ni un respiro desde que comenzó julio.
Dice el periódico que, al parecer, han sido dos chispas las
causantes de los incendios de Ódena y de las cercanías el Burgo de Osma. Una en
la trituradora de paja de una explotación agrícola; la otra, en una
cosechadora.
Los tábarros, las tórtolas y las chicharras son totalmente
ajenos a los hechos. Esperemos que en este país nuestro nadie ose acusarles a
ellos, porque cuando se leen las tonterías que se leen para justificar lo que
no lo tiene…
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