Ya están aquí como esas muchachas que se abrían a la vida y de las que hablaba
don Manuel Machado: “Todas las primaveras tiene Sevilla / nuevas tonadas de
seguidillas; / nuevos claveles, y niñas que por mayo se hacen mujeres”. ¿Se
acuerdan? Preciosos versos.
Ellas son como esas niñas que se ruborizan cuando se cruza su mirada con
el amor descubierto al revolver de una esquina en una tarde cualquiera cuando
el verano aprieta y el moreno se sube a la piel. Y, entonces, nace ese
cosquilleo sublime por dentro…
Ellas son como las adolescentes que caminan hacia una
madurez otoñal cuando remitan los días y se alarguen las noches. Ellas son como
esas mujeres que ya, desde mucho antes, apuntan y dicen todo y lo mucho que
llevan dentro. Y asombran y dejan sin resuello.
No sé, aunque lo intuyo, dónde mi amiga Marilina ha
capturado esta belleza que empieza a abrir y que va dejando de ser granadilla para
convertirse en granada de granos sensuales y perlas escapadas de una diadema de
rubíes.
Alguien escribió de ella – de la granada – que es la más
excelsa de todas las frutas. Otro Alguien, ese que manda en los vientos y en
las flores, en las estrellas y en las espumas de los mares dijo solo habría dos seres en la naturaleza
que llevarían corona: su Madre a la que le dio por nombre María y la granada.
Están en los vallados de los caminos. Se bambolean cuando
las brisas – que, por cierto, estos días deben andar de vacaciones – se asoman
al camino y ellas, en los pimpollos reclaman atención y se dejan ver, todo
coquetas, todas sensuales, todo lo provocativa que suele ponerse una
adolescente.
Dan los buenos días a los mirlos madrugadores, a los
pajarillos que juegan al pilla-pilla entre las frondosidad de las zarzas y en
los cañaverales que tienen una música especial de flautas de otra materia y que
se dejan acompañar por el tintineo de los chopos… Ya están aquí. Son las
granadillas, como abanderadas, que preludian al otoño que vendrá ya mismito.
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