martes, 28 de julio de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Caló

“Por la mañana el rocío, / al medio día calor, / por la noche los mosquitos / no quiero ser labrador”. Cantaba la copla popular  de boca en boca para quien quisiera enterarse si es que había alguno que se hacia el lipendi como si no fuese con él.

Este julio de fuego parece que se despide como quien no quiere irse. O sea con paso corto, muy cortito, vista al frente y cara de mala leche (aunque se le parezca no es lo que usted está pensando, que no hombre, que no).

Se ha hecho largo el puñetero. Abrasan las mañanas, achicharra al medio día y no  refresca por las noches. Es que como aquellos cines que ofrecían películas de sesión continuas muy malas y que no terminaban nunca enlazando un rollo con otros.

A eso de las dos que yo no sé si es hora solar, hora peninsular, hora de las islas Canarias o la hora de machacar al que osa a salir de la madriguera, el sol caía a plomo sobre el arroyo Jévar. No se movía un alma. Pasó un coche y llevaba detrás de sí una estela de polvo seco que formaba una nube suspendida esperando una mano que le empujase hacia algún lado.

Están achicharrados los rastrojos y los cuatro pajotes que se mantienen en pie anuncian un canto a la supervivencia. Se han perdido los pájaros. ¿Dónde se meterán a esta hora los pájaros? Solo cantan, a rabiar, las chicharas desde muy temprano, desde casi antes que apunte el sol por el cerro de la Fiscala. Calor, demasiado calor.

Me viene a la mente la anécdota que contaba mi amigo Agustín Lomeña. Era al medio día. La Fuentarriba estaba desierta. Solo ellos dos en la inmensa soledad de la plaza.

-          ¿Jace caló? preguntó por romper el silencio.


-          ¿Caló?, Cal, caló, no jace, pero jace caló´, contestó el otro y encima, se quedó tan pancho.



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