“Lo mejor del recuerdo es el olvido”. Lo escribió el
Maestro Alcántara. Al olvido hay quien lo llama mala memoria; otros, dicen, que
son los principios de no sé qué extrañas enfermedades propias de viejos o de
esa que no se sabe nunca su grafía correcta, ni dónde hay que ponerle la
dichosa ‘h’.
Los hay como quien no quiere la cosa que echan al olvido en las declaraciones de
bienes las propiedades que poseen en sociedades, en compartimentos con
testaferros, o en su propia persona física y fiscal. Eso sí, airean un
sinnúmero de palabras que hablan de honestidad, transparencia, honradez y no sé
cuantas cosas más, todas muy exigibles…
para los demás.
Se olvidan los políticos de las promesas hechas –
echadas a los vientos – en el fulgor de las campañas electorales. Nos iban a dar
tanto y todo a cambio de nada, o sea un papelito en las urnas llamado voto, que
parecían prestigiadores de la magia, o encantadores de esos bichos
innombrables.
Se olvidan de la palabra dada y ahora yo no se
cumple ni lo escrito. Recuerdo de uno – con una aureola social que tumbada –
que tenía a gala decir. “¿Firmar ahí? Una vez firmé una y por poco la pago” Y
lo contaba como gracia de él y reída por la cohorte de pelotas que le
secundaban.
Se nos va el año. Quizá en muchos aspectos sea un
año para echarlo al olvido: guerras en Siria y África, atentados en París,
refugiados huyendo por los mares, pateras perdidas en las olas del
Mediterráneo, españoles en desacuerdo, el Planeta hecho cisco…
La televisión ha dado imágenes de inundaciones en
Sudamérica y Gran Bretaña, incendios en California y en la Cantábrica, o sea en
la calle de la esquina; tornados que arrasan en Alabama; un terremoto en
Afganistán... ¿Hay quien dé más?
Todas tienen en común dos cosas: que se les pone muy
poquito remedio y todas son un verdadero drama humano.
Nos queda la
esperanza. Esa esperanza e ilusión de que lo bueno está por venir porque a
peor, lo que se dice peor… Bueno no les demos muchas ideas. No sea que se
arrepienta.