martes, 29 de diciembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cormoranes

Estaban a eso de media mañana soleándose en los eucalitos que hay en la orilla del  meandro que hace el río para salvar los Callejones de la Barca entre los Remolinos y la Playita. Estaban como quien no tiene bulla y echan un rengue a media faena entre bocado y bocado.

Dicen los que saben que hay un montón de especies de estos pájaros. Yo no sé nada de ellos. Sí, sé que su plumaje es negro; el pico afilado y la garganta amarilla, y tiene las patas largas. No destacan por su canto que se parece más a los graznidos que a los trinos. En fin, tiene que haber de todo.

Los cormoranes anidan en los roquedos de las costas o en los árboles. No son dados a alejarse mucho de la orillas pero desde hace unos años se les ve más tierra adentro que se les veía antes.

Entre los pájaros se mudan las costumbre; algunas las personas, también. Por muchas razones. Como botón de muestra me quedo con el fandango de Paco Toronjo: ¿Se acuerdan? “Personas que se han querío / y se ven por la calle / o se mudan de color / o se hacen un desaire…
Los hay que viven en el mar. Otros, se adentran por los estuarios, por las desembocaduras, por los cauces de los ríos. Buscan los peces. Son hábiles en la captura y no son malos buceadores. Su permanencia bajo agua puede llegar un minuto.

Los pájaros de pluma negra no tienen buena literatura. Se antojan como pájaros siniestros. Presagian algo que no es bueno y que está por venir, inexorablemente.


Vuelvo al pueblo. El sol sube; escudriña las umbrías y deja pinceladas doradas sobre los tarajes y en los cañaverales de la orilla. La mañana, de brisa revoltosilla y cielo limpio. El pecho de La Torres, una mantilla sutil de verde; el río, “quieto y en marcha”. Agua que va alguna parte. Ellos seguían allí; a lo suyo. No sé dónde pasaran la tarde. Mañana…

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