Estaban a eso de media mañana soleándose en los
eucalitos que hay en la orilla del meandro
que hace el río para salvar los Callejones de la Barca entre los Remolinos y la
Playita. Estaban como quien no tiene bulla y echan un rengue a media faena
entre bocado y bocado.
Dicen los que saben que hay un montón de especies de
estos pájaros. Yo no sé nada de ellos. Sí, sé que su plumaje es negro; el pico
afilado y la garganta amarilla, y tiene las patas largas. No destacan por su
canto que se parece más a los graznidos que a los trinos. En fin, tiene que
haber de todo.
Los cormoranes anidan en los roquedos de las costas
o en los árboles. No son dados a alejarse mucho de la orillas pero desde hace
unos años se les ve más tierra adentro que se les veía antes.
Entre los pájaros se mudan las costumbre; algunas
las personas, también. Por muchas razones. Como botón de muestra me quedo con
el fandango de Paco Toronjo: ¿Se acuerdan? “Personas que se han querío / y se
ven por la calle / o se mudan de color / o se hacen un desaire…
”
Los hay que viven en el mar. Otros, se adentran por
los estuarios, por las desembocaduras, por los cauces de los ríos. Buscan los
peces. Son hábiles en la captura y no son malos buceadores. Su permanencia bajo
agua puede llegar un minuto.
Los pájaros de pluma negra no tienen buena
literatura. Se antojan como pájaros siniestros. Presagian algo que no es bueno
y que está por venir, inexorablemente.
Vuelvo al pueblo. El sol sube; escudriña las umbrías y deja pinceladas doradas
sobre los tarajes y en los cañaverales de la orilla. La mañana, de brisa
revoltosilla y cielo limpio. El pecho de La Torres, una mantilla sutil de
verde; el río, “quieto y en marcha”. Agua que va alguna parte. Ellos seguían
allí; a lo suyo. No sé dónde pasaran la tarde. Mañana…
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