martes, 22 de diciembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Solsticio

Don Emilio era un hombre bajito, amable, con buen carácter y muy cercano. Don Emilio tenía muy poco pelo y se peinaba hacia un lado. En su cabeza que encerraba mucho conocimiento se dibujaba, casi como una insinuación, la raya que tuvo de joven ahora perdida.

Don Emilio nos daba clase de Geografía. Nos hablaba del solsticio. A nosotros lo que más nos gustaba es que cuando llegaban – porque había dos, el de invierno y el de verano- de su mano venía algo soñado para pajarillos enjaulados, o sea, las vacaciones.

Nos hablaba de noches muy largas, tan largas que en algunos puntos del hemisferio norte no llegaba a verse el sol durante muchos días a causa de la inclinación del eje de rotación de la tierra. Nosotros no entendíamos nada de todo aquello.

Lo que más nos gustaba era cuando hablaba de unos ríos que estaban en una región muy lejana. Los ríos se llamaban – y se llaman – Obi, Yenisey y Lena. Los ríos se helaban y no se derretían hasta que no llegasen los calores de primavera…

Y nos hablaba de trineos tirados por unos animales de pieles recias… y de una vida de  condiciones durísimas porque el invierno era allí era muy diferente al invierno que vivíamos nosotros.

El niño soñaba que algún día vería esos ríos. El niño se hizo grande. (Es una pena que los niños se hagan grandes). Una tarde de verano llegó a Novosibirk en esa tierra lejana y helada. La tierra que rodeaba a ciudad estaba llena de bosques de abedules… El niño vio el río y creyó reencontrarse con un viejo amigo al que no veía desde hacía muchos años.


Dice el hombre del tiempo que acaba de entrar el cambio de estación. El solsticio se produjo a  la cinco y un pico, en la transición del 21 al 22 de diciembre. No sé… Me cogió dormido. No me enteré de nada. Desde hace algún tiempo además de no enterarme de nada es que tampoco quiero enterarme.

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