Vas por camino de Sierra: encinares y castaños; monte bajo y jara. El
otoño apura los últimos días de esplendor. Por el cielo, verás el vuelo
acompasado del buitre.
¿Qué te digo? ¿Me permites un consejo? Lleva los ojos abiertos, tan
abiertos que por tus pupilas entren los ocres, oros viejos, tabacos… Porque, ahí, es cuando la Sierra se arranca
en una sinfonía de color.
Cuando llegues a Linares de la Sierra –bajas, ¿no te lo he dicho ya?
entre alcornoques y castaños- ya sabes que estás en lugar húmedo. Su plaza se
convierte en coso taurino como los de la vieja usanza. Una placa en cerámica
anuncia que aquí dijeron “adiós” para el toreo a Pareja-Obregón.
Siéntate donde puedas. Tiene dos fuentes: La Vieja y la Nueva; una
iglesia a San Juan Bautista, fíjate en lo curioso de los mosaicos de piedra.
Reafirman la propiedad privada (y el gusto artístico, porque todos son
diferentes) delante de cada puerta.
Lo encuentras por todo el pueblo. El gusto, exquisito. No he visto
algo igual. Bueno, sí, en Portugal lo intentan, lo imitan; no es lo mismo.
Empedrados con verdadero primor, con gusto. Los llaman ‘alfombra’ o ‘llanos’.
Realmente, lo son. Más de lo primero. Un zurcido de piedra – cascajos – blancos
y negros. Tienen algo así como de mosaico romano.
¿Los motivos? Los que quieras: florales, religiosos… ¿La forma? La que
la geometría manda. ¿El objetivo? Delimitar la
entrada de la vivienda y exponer al viajero curioso, como yo, o como
puedas ser tú, que allí vive alguien que pisa la calle ‘de otra manera’.
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