lunes, 28 de diciembre de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Húngaros

A media mañana una cuadrilla de “húngaros” ha irrumpido en la Avenida. Cuando yo era niño eso presagiaba años malos; ahora, también. No traían ni la mona rabona ni la cabra que se sube por la escalera de tijera. ¡Una pena!

La húngara ha cambiado el pañuelo de ramos en la cabeza y los harapos colgando por pantalones vaqueros; las perras chicas del platillo por céntimos de euros; el húngaro, el aire de trompeta con abolladuras de rodar por los suelos por decibelios eléctricos que atronaban.

La gente ha pasado de los húngaros y del ruido con que llenaban el ambiente. Los tiempos y los niños cambian. “Desperté de ser niño/ nunca despiertes”, escribió Miguel Hernández. Son otros tiempos. 
“Que sea lo que Dios quiera - como dice el maestro Alcántara - que nunca será nada bueno”.

España parece que va a saltar hecha añicos. Ni tirios ni troyanos tuvieron desavenencias tan profundas como las que ahora campean por los suelos hispanos. ¿Es posible que haya tanta insensatez entre la gente? Me viene a la mente al reflexión de Vicente Aleixandre: “Muchacho que sería yo mirando /aguas abajo la corriente,/ y en el espejo tu pasaje / fluir, desvanecerse”.

La tarde se ha puesto  cruda y muy gris. Acorde con la fecha que corre en el calendario. La falta de lluvia hace que no verdegueen las lomas de El Chopo. El campo se muestra encogido y mustio; espera ansioso algo de agua.

 Ruidos -que no música de Navidad- sale por la puerta de algunos establecimientos comerciales. Me siento incómodo dentro de tanto bullicio. Añoro huir. Todo se exterioriza. Hay quien opina que está más alegre porque alborota más. Me siento hastiado de tanto como me imponen desde fuera. Ni entran en mí, ni logro zafarme de cuanto me rodea. 


El tiempo  - ya digo, cielo plomizo y lejano - ha venido a unirse a la melancolía del día. El recuerdo lo llena todo, y a uno, que da en hurgar demasiado en el pasado, parece que le pellizcan el alma.

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