jueves, 7 de septiembre de 2023

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tórtolas turcas


                                   


La mañana estaba un tanto rara. Había nubes, que ni eran cirros ni tenían el equipaje de nimbos-cúmulos, esos que traen en su bodega un acopio de agua para hacer la felicidad del campo. La mañana tenía una apariencia diferente a otras mañanas.

Ya amanece un poco más tarde – anochece, también- antes y hay menos horas de luz. Es esa luz que camina a paso lento pero seguro hacia el equinoccio de otoño que vendrán dentro de un puñado de días, cuando septiembre tenga casi superada la cuesta.

Antes habremos procesionados a vírgenes con nombres preciosos: Flores y Roca-Amador, en Álora y Encinasola; la Granada, en la Puebla del Río; los Remedios, en Antequera; la Victoria, en Melilla y Málaga… Y así un ramillete largo y apretado como los haces de margaritas en primavera cuando crecen en los bordes del camino.

Hablan en la televisión del coste económico que supone para muchas familias el regreso de los pajarillos a las jaulas. O sea, vuelven los alumnos a las clases y esa libertad de acciones en la playa, en el monte, en la calle, bueno, en la calle, no. Hace mucho tiempo que los niños, entre otras cosas buenas, han perdido la calle.

Ahora llega eso de madrugar y cargar con unas mochilas enormes. Me pregunto que puñetas llevan los niños en esas mochilas tan grandes y tan pesadas, si la ilusión y el miedo a comenzar un nuevo curso no se cuantifican en peso. No sé. Será que me estoy haciendo viejo y ya veo las cosas de otra manera.

Sería bueno que pensaran que la belleza del canto de los pájaros (pienso en los ruiseñores del amanecer) o del curso de los ríos no van en las mochilas sino en su capacidad de soñar. No hay nada que dé más ilusión como hacer realidad esos sueños que alguna vez anidaron dentro de nosotros un amanecer de septiembre…

Esta la mañana un tanto rara. En los estípites de las palmeras se daba la vuelta el viento. Otras veces ese mismo viento es el que mueve las copas de los olivos ahítos de aceituna que mendigaron agua. Observo a las tórtolas turcas, esas invasoras que se nos han venido poco a poco, que se elevan a modo de revolanderas en el cielo de nubes sucias para luego dejarse caer planeando en el suelo. Ellas no han terminado, todavía, sus vacaciones.  

 

 

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