16 de septiembre, sábado. Esta
mañana el campo olía diferente. El campo lo soporta todo, lo aguanta todo, lo
espera todo… y cuando se da, porque es así de generoso, también, lo da todo en
una correspondencia y en silencio.
Decía el hombre del tiempo que
iba a llover. Y llovió. Ha llovido con diferente intensidad. Ha arrasado en
algunas comarcas de Levante; ha inundado pueblos llanos como Sierra de Yeguas o
Villanueva de Algaida; o ha pasado como la sombra de un grajo que lleva bulla
por otros. En algunos ha dejado un chaparrón.
En el mío llevamos mucho tiempo
con los picos abiertos – como el de Rubiales y la campeona del mundo de fútbol
femenino, no, por favor – me refiero a los picos que tienen sed. Como esos
pajarillos se acercan a los aguaderos de los arroyos bajo las adelfas en flor….
En el mío, decía, descargó un chaparrón
con cierta vergüenza (más truenos que agua, por cierto). En el pueblo la vimos
desde lejos y un poco más allá las nubes dejaron en torno a los dieciséis
litros, que eso para la casa de un pobre de algo; al menos un remedión que
diría alguien.
Esta mañana el campo olía a
tierra mojada. Había un vuelo de insectos (aún no han salido las alúas) que
pululaban como quien tiene perdido el sitio. Las únicas que no extrañaban,
tampoco es novedad, eran las moscas. Yo diría que estaban rabiosas. No sé si
presiente que pueden venir ya los fríos de camino…. No sé.
Mi corazón cuando se acercó a
la tierra mojada al apuntar los primeros rayos de sol estaba contento. Perdonen
que me autocite pero es que el campo estaba tan bonito, tan generoso que por
dentro sentía algo especial. Es ese algo que uno sabe que está, pero no acierta
a definirlo y entonces me acordé de San Juan de Cruz y entendí, una vez más eso
que nos dejó escrito: “Mi gracias derramando / pasó por estos sotos con
presura, / y yéndolos mirando, / con sola su figura / vestidos los dejó de su
hermosura…”
Esta mañana, cuando casi
amanecía; cuando los pájaros habían cantado su primer salmo de maitines, y
tocaban las campanas en algún campanario, el campo olía a tierra mojada. Esta
mañana Dios se había echado el perfume de ese olor y nos dejaba algo de su
hermosura…
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