10 de septiembre, domingo. El día anterior, al atardecer, entre dos luces, de pronto, por el aire llegó una música de esquilones. Me asomé al balcón. Una yunta de andar cansino, con parsimonia, con tintes de venir de otro sitio, tira lentamente de la carreta. Delante, aguijada al hombro el boyero; botas camperas y sombrero plano; a su lado, un ayudante.
Iban camino de la iglesia. Subían con el ritmo acompasado con que marchan las carretas. Y uno - porque se lo pide el cuerpo- echa mano al recuerdo. Se refugia en Juan Ramón y en aquellas carretas que lloraban camino de Pueblo Nuevo. Venían de pinares y montes, y soñaban con establos que sabían a madre y a heno…
Otra Madre, Ella… Esta mañana la han retornado a su casa en el convento de Flores. La entronizaron temprano en la carreta que arropada por la gente, cruzó despacio el pueblo –este pueblo viejo - y pasó por mi calle, que ya no era una calle cualquiera, porque la llenaba Ella. Abría el cortejo su estandarte; dos banderas: la de España y la Álora. Después mucha gente a caballo y a pie…
Sobre las cabezas apareció la carroza en la que iba ella. Parada, un poco de andar y vuelta a hacer una parada. La gente le acerca los niños; le sacan fotos; otros bailan, cantan; tocan palmas. Se expande la alegría.
No sé cuántas carrozas pasaron detrás de la de la Virgen. Perdí la cuenta. Caballistas, niñas guapas… Caballos. “Los cascos de tu caballo / cuatro sollozos de plata” recogió Federico en el Zorongo. ¿Ves, ese tordo? vale una fortuna. Más palmas y cantan. Una panda de Verdiales. Otros llevan música enlatada. Hay quien espera - chiringuitos que buscan unos eurillos - al sol de septiembre en la explanada del convento. Voluntarios y gente agolpada. Calor y más calor.
Se fue la gente de romería. Ha acompañado el tiempo, brisa suave a ratos. Sol, caballos y polvareda seca. Por entre los olivos, algunos rayos de luz. Poca sombra, mucho gentío… Lo normal. Una vez en el camarín es un chorreo. Se acercan, le cuentan sus cosas y Ella, madre de todos, calla, escucha y asiente.
Se fue, un año más, la Virgen
de Flores…Yo subiré cualquier mañana de estas, cuando jueguen las palomas a
sueños imposibles en los alféizares de
la ventanas y, a solas, hablaremos de nuestras cosas porque tenemos mucho de qué
hablar y allí en el silencio… Pues eso, “pasó el día, pasó la romería”.
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