2 de septiembre, sábado. El
coche que me lleva corre rápidamente. Atrás, a mis espaldas, Gredos; enfrente,
en la lejanía, el alto de Mirabete y Navalmoral y Oropesa y la autovía que
lleva a Portugal, la tierra de Camoens y de Vasco de Gama. Esos eran otros
viajeros; en medio, la vega del Tiétar.
Paso por Robledillo. Han
sembrado la travesía de palmeras. ¿Por qué añoramos lo que no nos es propio? En
la mediana, rosales. Son de color rojo. Tienen rosas diminutas, pero aquí no ha
hecho tanto calor ni las ha quemado el sol. La iglesia de San Miguel está
cerrada; desayunan en la puerta del bar gente que está de vacaciones…
Cruzo el río. Hay plantaciones
de tabaco. Frondosas, verdes; las panochas ponen una nota de diferencia. En
Talayuela vuelvo a girar. Me dirijo a Santa María de las Lomas. Es un pueblo de
aquellos que hicieron cuando los Planes de Desarrollo. No hay nadie en las
calles. Dudo en un cruce. Un coche que viene detrás no admite mi desorientación,
toca el claxon. A lo mejor piensa que eso disipa mi duda… El agua de los
aspersores sobre los jardines pone una nota de frescura en la mañana limpia de
nubes.
Sigo camino. Campos solitarios;
maizales, tierras sembradas de hortalizas, tomates rastreros y pimentón. Mucho
pimentón. Desde que ha comenzado a bajar la subvención al tabaco, el pimentón –
Pimentón de Vera, al que suplantó el traído de China – incrementa su cultivo.
En Pueblonuevo de Miramontes hay
aparcados coches de gente que ha venido a pasar las vacaciones; juegan una
partida en las mesas que ocupan la terraza de la plaza. Entro en el bar, como
el pueblo, es nuevo. Una mujer relativamente joven tras la barra:
-
Una caña, por favor
-
No tengo cañas, solo botellines…
La
mujer tiene unos ojos negros grandes, preciosos. Es delgada y tiene un talle de
cintura fino. Me atiende y se adentra en lo que supongo que es la cocina. Al
ratito, vuelve. Trae un plato de pimientos con magro y pan crujiente. Los
pimientos de sabor dulce, de textura delicada; exquisitos. Le pregunto por las
Ventas de San Julián – en contrasentido al pantano de Rosarito a donde también
quiero ir – y me dice que Las Ventas como que no; el pantano, sí
-
¿Qué le debo?
-
Dos cincuenta….
Me voy al pantano. Es un mar
interior. Es una sorpresa de agua remansada. La brisa de la mañana levanta olas
pequeñas, diminutas. Se me pierde la vista…
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