29 de septiembre, viernes. España
lleva un tiempo convulsa. España, una parte de nuestros conciudadanos, andan
con un guirigay montado que ni Dios sabe qué hora es. Flota sensación de
agresividad; nadie aguanta nada.
Hemos vivido jornadas de
tensión política. Insultos, falta de consideración a quien no piensa como
nosotros deseamos, no como él quiera pensar, no, no, como yo quiero que piense.
Álora, ha vivido unos días sumida
en una convulsión social. Muchas preguntas; ninguna respuesta. Al robo de la
imagen del Niño de la Virgen de Flores le ha acompañado, además de la
profanación de la imagen, la del Sagrario. Lo han abierto, han esparcido las Formas
Sagradas. ¿Era necesario, además, del otro disparate, éste?
No queda ahí la cosa. Un
presbítero - al parecer anduvo, por poco tiempo, por aquí - ha profanado su
ministerio. Se ha metido en un berenjenal de abusos sexuales y raya en la
canallada, en lo que no tiene ningún tipo de justificación. Violaciones y escándalos;
un presunto pervetido en toda regla.
Hay otra cosa clamorosa. Menores
en Extremadura, en Huelva y en la zona de Levante, han pasado todas las líneas
rojas posibles que regulan la convivencia entre personas civilizadas.
No queda ahí el pollo. En Jerez
de la Frontera un chaval de catorce años echa mano de un arma blanca y ataca a
profesores y compañeros. Dicen que sufre una enfermedad de las duras; dicen, también,
que algunos compañeros lo han machacado con bromas pesadas. Débil e indefenso;
acorralado y sin ver salida.
Dos cosas, o ese chaval estaba
muy desesperado o es un enfermo. Para atajarlas, antes o después, han debido
tomarse medidas. No lo han hecho. Al igual soy muy maximalista, al igual sí lo
han hecho. Sobran declaraciones y han faltado soluciones. Me pregunto, a tenor de los resultados. ¿Han
sido suficientes? Se ha olvidado algo primordial, la educación de los hijos no
se puede delegar en nadie.
Políticos con los papeles perdidos,
de espaladas a la sociedad; gente que profana su ministerio y no tiene la
valentía de dar un paso a un lado, o de buscar ayuda en quien pueda arbitrar
una solución para que se dé ese paso necesario; una educación (fácilmente delegada)
que no logra, por lo que se ve, la convivencia.
Tirios y troyanos; galgos o
podencos. Aquí hay un montón de cosas que no funcionan.
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