Vivimos días de tensión. Todo se
ha disparatado. La cuestión política ha vareado el árbol. Han caído nueces (no de
aquellas de otro tiempo, afortunadamente). Hay quien anuncia que lo que viene
es todo bueno, buenísimo, y lo contrario: todo malo malísimo. ¿Y si no llevan
razón ninguno de los dos?
En España se viven días tensos. Demasiada
crispación; demasiado miedo. Nadie aguanta nada. La gente está - estamos – con preocupación. Pueden venir
problemas de convivencia. No queremos ser conscientes que, si cedemos ( no unos
sí y los otros no), la cuerda se afloja y logramos que no se rompa.
Tenemos, al parecer, el
convencimiento que la única razón que existe es la nuestra. Los demás,
equivocados. Como el chiste malo del desfile donde todos tienen el pie
cambiado… menos mi niño, ¡faltaría más! Porque como mi niño, ninguno (por todas
las partes, que conste).
He optado por no ver ni
telediarios ni tertulias. Leo solo algunas cosas, aquellas imprescindibles
porque hay que tener un mínimo de información. Sobra mala baba, mal sabor de
boca y acíbar que chorrea por la comisura de los labios. Amargura, disgusto y
sin sabor que se sufre. Al menos así define el diccionario esto que nos pasa.
No se sale del asombro cuando se
ven ciertas posturas. ¿Cómo pueden caber tantos insultos y, encima,
justificarlos? Cada gobierno que ha entrado uno de los puntos más directos que
ha tocado ha sido siempre la educación. Echen un vistazo a los diferente planes
de estudio…¡Un caos! Ninguno ha alcanzado algo tan necesario como conseguir eso
que se llama convivencia.
Ayer, en una fría tarde de
invierno asistí al funeral de un entierro. Decir que todos los entierros y
todas las homilías de los entierros son iguales es una evidencia. ¿Entonces? La
sorpresa saltó al final. Terminada la ceremonia subió una señora al presbiterio.
Quería decir unas palabras…
Dijo que conocía a la difunta,
María Hidalgo Bootello, mujer nonagenaria y dulce, desde hacía dieciséis años,
más o menos. Informó que se había quedado sin madre a los tres días de nacer y
que a su padre, en el odio de aquel tiempo, lo asesinaron cuando ella tenía
ocho… Me repitió muchas veces, recalcó, que pase lo que pase ‘nunca hay que
hablar mal de nadie’. La lección,
impresionante.
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