El chaval andaba aburrido en la
catequesis. Por los ventanales del templo entraba la luz de la mañana. Era una
mañana de sol y cielos limpios. En un momento, el catequista le pregunta:
-
A ver ¿qué en un santo?
El chaval no se cortó. Seguía
mirando la ventana y, sin pensarlo, respondió:
-
El que deja pasar la luz.
Laura Aguirre llegó a Alora a
finales de los años cuarenta. Al comienzo de la década siguiente ya estaba en
el tajo. Se entregó a los que no tenían
nada. En este caso niñas huérfanas, pobres y abandonadas. España, - media
España de luto y la otra mitad intentando salir cómo buenamente podía - se debatía contra sí misma y contra las
adversidades.
Ella no se lo pensó dos veces,
trabajo sin hora ni día ni noche. Puso toda su confianza en la Providencia de
Dios. No renunció, tampoco, a la esperanza en la generosidad de la gente,
sabedora que los que no tienen nada o tienen muy poco son más solidarios que
otros que tienen mucho. Cosas que pasan.
Aquellos años fueron de una
dureza extrema. Vivían de la caridad (comida, ropa, vivienda…) y unas
paupérrimas ayudas sociales. Deambularon por diferentes puntos del pueblo.
Terminaron en el convento de Flores, - en lo que quedaba del convento, claro –
luego, vuelta al pueblo. Al final – ya los tiempos habían cambiado – tuvieron
una residencia y otras ayudas.
El pueblo valoró aquel esfuerzo ímprobo
y titánico. El pueblo lo reconoció dándole ya en vida ese apelativo con que se
conoce a la gente excepcional. La Señorita Laura, era aseveración coloquial, es
una Santa. Así sin mandarlo a decir con nadie era la manera de ubicarla…
Ahora, la jerarquía oficial
quiere iniciar el proceso para llevarla a los altares. Dicen que tiene varios
escalones. Sierva de Dios, Beata, Santa… Da igual. Llegan tarde. El pueblo
llano lo dijo hace mucho tiempo. La puso en su sitio y la reconoció. Hay quien
afirma que el pueblo nunca se equivoca. A lo mejor, en este caso, lleva razón y
Laura, -Laura Aguirre Hilla, que renunció a todo para darlo a los demás -era
alguien que dejaba pasar la Luz.
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