IV
(…Viene
de III )
Siguió
andando. Pensó, si es que las estatuas sienten, el frío que debía pasar don
Ramón María del Valle-Inclán en su monumento de bronce bajo aquel olivo que
estaba fuera de sitio, como también estaba fuera de sitio el ramo de geranios
que la gitana ofrece a don Juan Valera un poco más arriba, en mármol, antes de
llegar a Colon. ¡Bah, tonterías! se dijo para sí mismo y continuó con paso
seguro. Le faltaba aún tiempo para coger el tren y el viento fresco que le daba
en la cara le sentaba bien. Lo agradecía. Sintió un cierto alivio. Algo que
venía de fuera, por no sabía qué extraña razón, en aquel momento, estaba con
él. Sabía cuál era la realidad que se
encontraría muy pronto…
Madrid
tenía un ruido sordo bajo unas luces que anunciaban Navidad y que no le decían nada. Al menos a él, que
había ido a resolver, y no ha había resuelto, - “todo lo que somos es polvo
en el viento”, masculló - y todo aquello le resbalada como resbala un taco
de jabón olvidado en un cuarto de baño de hotel…
Cruzó frente la luz tenue que iluminada
el monumento al soldado desconocido. Tenía una cosa en común con ese ser
anónimo: los dos eran dos desconocidos. El Museo Thyseen estaba cerrado y el
Caixa Forum, también… A esa hora la ciudad tomaba otro aspecto y los edificios
iluminados, con luz indirecta, daban una imagen irreal y de fantasmas. En la
Plaza de Cánovas no funcionaban las fuentes. Con ese frío no habría mucha gente
con ganas de contemplar los surtidores, ni esa de Neptuno, nombre con el que se
la conocía por el pueblo llano, ni otras que adornaban las calles de la
capital. La gente, la masa de turistas que acude cada día al Museo del Prado,
había desaparecido. Estaría en algún hotel, o andaría acicalándose para asistir
a alguna cena o a algún espectáculo. Seguían allí, asomados al balcón las
figuras de época que una casa comercial había colocado en la barandilla del balcón
de su comercio para captar la atención de la población flotante. Pasó por
delante del Jardín Botánico… Ahora en los meses crudos del invierno no tenía la
vigorosidad ni la frondosidad esplendorosa
de los meses de primavera y verano cuando la naturaleza se vuelve exuberancia.
(Continuará...)
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