Ulises navegó una mañana
tórrida de verano por el mar de la rebajas. Ulises no pensó que Málaga, a
primeros de julio, es igual de hermosa, igual de sorprendente, igual de luminosa pero con más gentes, con cotorras en
las palmeras y con rebajas.
Ulises navegó a eso de media mañana. Sabía que
a esa hora las sirenas echan una siesta fuera de lo que es lo normal, o sea, a
la siesta de después de la comida del mediodía. Pensó que encontraría las
camisas, - buscaba unas camisas - esas
camisas blancas que se ataba a la cintura con un nudo y cuando soplaba el
viento, él las hacía velas que movían su barco, lentamente, suavemente, como
solo se movía cuando él se tenía que amarrar al palo mayor para no dejarse
embaucar por ellas.
Ulises guardó cola para entrar
en ciudad. Atascos. Había coches que tenían una letra, indicadora del país de
procedencia, en la parte izquierda, junto a la matricula. Y, así vio una “F”, y una “D” y una “P” y una “ZH” que no era del Zahara,
que no, que era de un país donde los prados son verdes en verano.
Ulises bajó al último sótano del aparcamiento. Todo,
lleno. Miraba con el filillo del ojo por si en aquel momento otro intrépido comprador como él, emprendía la marcha… pero
tuvo que apurar todas las plantas hasta que encontró una plaza libre.
Ulises subió a la planta de
caballeros y explicó a una señorita que no le hizo ningún caso qué quería y qué
tipo de mercancía buscaba en aquella planta, llena de gente y muy fresca por el
aire acondicionado pero nunca con la frescura del barlovento que él sentía en
la cara cuando en la lejanía escuchaba aquel canto que lo llamaba
irremisiblemente.
Entonces, Ulises bajó a la
planta de perfumería y pidió un perfume especial, ese perfume que él sabía que era
la única arma que tenía para enfrentarse a ella y adquirió un frasco grande, el
más grande que tenían en existencia. Le preguntaron sí lo envolvían para regalos
y él les dijo que no. Salió, cruzó entre la gente y se fue a la orilla del mar
de Málaga y lo dejó caer sobre el nácar de la olas y entonces el mar comenzó a
oler a jazmines, y a ella, su sirena…
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