domingo, 28 de julio de 2019

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Terral






Julio lo trae de la mano. La primavera trae las golondrinas y septiembre se las lleva. Febrero trae las cigüeñas y noviembre traía  - ahora por mor del dichoso cambio, ya no la trae – la nieve en los altos. Julio cada año trae el terral.  No sé si viene en el zurrón o ahora por lo de las modas viaja en vuelo charter.

El terral en mi pueblo tiene un punto entre aire de arriba y poniente. Eso no queda claro. Lo que si tiene muy marcado es que es un viento que achicharra. Se hace irrespirable como si, de pronto se abre la puerta del horno, que en algunos sitios llaman infierno, y da un bofetón y no avisa.

Dice el hombre del tiempo que en el norte bajan las temperaturas, que si entra un frente por Galicia, por cierto, por dónde entran todos los frentes o es que alguien conoce a algún frente que entre por Granada y que barre la cornisa cantábrica y que lloverá en Bilbao y que , ¡qué sé yo…!

Por aquí, por el Sur – yo estoy al sur del Sur – cuando rompe el alba, los días de terral, el cielo está limpio, hace fresco y las hojas de las palmeras mueven con contoneo de mocita quinceña la punta de sus ramas y hacen, a modo de saludo, inclinaciones reverenciales…

Al mediodía será otra cosa. De mediodía arriba los pájaros buscan refugio en la penumbra de los zarzales que por cierto están ahítos de moras maduras  piden una mano que los libere de su fruto natural y temporero o se buscan una rama en los álamos negros del arroyo. No hay tintineo de hojas en los chopos y aunque no lo siguen pregonando todos sabemos que ‘por aquí pasó la mano del Amado’ pero que  estas horas se toma un respiro, un descanso.

Cuando llegue la noche los jazmines rompen su silencio. Son espurreos de mariposas pequeñas, pespuntes blancos,  suspiros entre la tierra y el cielo. Mi madre los ensartaba en un ganchillo y se los ponía en el canalillo del pecho. Desde entonces,  a mí,  mi madre me olía a jazmines,  y los jazmines a madre….




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