El campo en estos primeros días
del verano es un libro abierto. Los
rastrojos son tubos de un órgano destrozado por las cosechadoras y púas de un
erizo al que aplastó el progreso. El campo, a primeras horas, despierta con
espasmos que puntean los pentagramas de una sinfonía a la que pone notas
especiales el viento.
Los primeros que acuden a los
aguaderos son los tabarros. Desde muy temprano están en los bordes de los
pilares. Buscan el agua fresca. Buscan la primacía antes que apriete el calor y
todo se someta a un sopor que aplasta.
Han volado sobre los rastrojos
las torcaces. Buscan los granos perdidos. Todo el campo es un semillero y,
luego, cuando lleguen las primeras aguas, revedecerán en trigos bienvenidos y
serán la primera alfombra verde antes que el otoño tome posesión y mando.
Al mediodía, zurean las palomas
en el brocal del pozo. Acudieron a la sombra fresca que sube desde la
profundidad. El agua estancada está quieta. De vez en cuando pasa un hombre con
una recua de bestias. Se acerca, toma el cubo de latón, lo lanza al vacío y
chirría la carrucha mientras sube el cubo lleno de agua. El agua se derrama por
los bordes y forma, al encontrase con la que está abajo, un ruido diferente.
Se han asustado las palomas.
Salen aleteando. No se alejan mucho. Saben que el peligro es pasajero y en
cuanto se vaya el hombre con los mulos todo volverá otra vez a la calma de las
horas muertas en las que no pasa nadie por el camino.
Cuando más arrecia el calor se
forman pequeños tornados. Un remolino de viento recorre el camino. Se forma de
momento. Su vida, efímera, corta. Muere en el primer recodo donde su
trayectoria rompe la inercia. Dormitan en la sombras de la parra los perros.
Los perros no saben que las uvas, granos sensuales y verdes, dentro de muy poco
serán tentación de néctar que llama desde la altura.
En estos primeros días del
verano el campo es un libro abierto: rastrojos, tabarros, torcaces, arrieros
que van a alguna parte, palomas en el brocal del pozo, calor y remolinos
caprichosos de viento… Penden los racimos en la espera que todos llevamos
dentro.
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