A Andrés que programó con
primorisidad de pespunteo los detalles de ese viaje.
El viajero - que no va solo, sino en compañía – llega a
Astorga a media tarde. El viajero y sus compañeros, antes, en León habían dado
cuenta de un cocido maragato lo que supone que es imperiosa la necesidad de dar
un paseo, a pie, largo y sin prisa, pero largo, bastante largo.
El viajero cruzó la llanura
central, que está a medio camino entre los Montes de León, con el Teleno que lo
corona, y el Páramo, o sea, la que está en el corazón de La Maragatería, tierra
de gente diferente en su manera de vestir, en su folclore, en su vocabulario,
en su modo de encarar la vida.
Astorga dice la guía que lleva
y en la que se documenta es la capital de la comarca. Tiene una historia vieja.
Tan añeja como las tribus celtas que bajaban de Asturias y de Galicia, tan
vieja como los romanos que buscaron oro en los contornos, tan vieja como los
árabes que dicen - y que el viajero sabe
que no es cierto – que influyeron en aquella gente y que los hicieron de otra
pasta.
En Astorga porque la geografía
lo ha querido así no confluyen ríos de agua. Su río el Tuerto va al Órbigo. En
Astorga confluyen ríos de gentes. Los que venían, y vienen – por el Camino de
Santiago después de atravesar Castilla y parte del Reino de León y las que
subían o bajaban por la Vía de la Plata entre Sevilla y Gijón.
De ella han hablado el Codex Calixtinus, el Cobarrubias y Elio Antonio de Nebrija…
El viajero y sus amigos andan
las calles. En la plaza del Ayuntamiento escuchan las horas del reloj. Sobre una campana las golpean, con una maza,
dos figuras vestidas de maragatos. Junto a la catedral – antes ha admirado la
obra de Gaudí en el palacio episcopal – ha recordado a don Marcelo. ¿Don
Marcelo? Sí aquel obispo entre el Vaticano II y la Transición española que
enviaron de Astorga a Barcelona. El sector catalanista no lo quería. Entró en
su homilía de presentación con la carta de San Pablo a los Efesios: “Un solo
Señor, una sola fe, un solo Bautismo, un solo Dios y Padre…”
Caen - no lo conocían - en el parque de la Sinagoga.
Se topan con una de las rosaledas más preciosa que se pueden soñar. Se va la
tarde…
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