La muchacha llegó de la calle.
Fuera hacía calor. Mucho calor. Era ese calor de media tarde arriba cuando el
sol va camino de la retirada y, en el Sur, todo achicharrado, suspira por una
brizna de brisa fresca que sube del mar y renueva el ambiente de sopor.
La muchacha comenzó a
desprenderse de la ropa. Sin prisa. La muchacha lo hacía despacio. No había
ninguna prisa a esa hora de la tarde. La ropa estaba sudada, pegada al cuerpo.
La ropa no quería desprenderse con facilidad. La albura de su ropa interior
había perdido parte del encanto de cuando la alcanzó del fondo del armario…
Bajó las persianas. El sol
escribía en un pentagrama de morse. Todo
eran rayas y punto; punto y raya sobre el suelo de la habitación que desprendía
el calor acumulado porque la orientación - la mala orientación - no permitía que se refrescase. Dejó, pausadamente,
la ropa sobre la cama; respiró hondo. Se dejó caer…
La muchacha sabía que fuera, en
el jardín, las plumerias rosas, blancas, blancas y amarillas eran un canto a la
sensualidad que ella esparcía desde su cuerpo semidesnudo y sudoroso tumbado
sobre una cama una tarde de verano. Todo
el jardín esperaba a la noche. Soñaba con
ese frescor que desprende el césped
cuando comienza a subir la humedad.
La muchacha escuchó otra vez a
Zenet. La muchacha es una ferviente admiradora del artista que está a mitad de camino entre el jaz y el flamenco
de media noche y escuchó una vez más lo de “eres lo que menos me conviene”, “aquello
por lo que brindo”, “lo que no dicen las cartas”…
Y pensó que era más de lo que
se adivina, porque le asusta, porque le lleva a su terreno, o porque se peina con una raya en el medio.
Todo era sensual y misterioso en lo que transmitía ese hombre pequeño, delgado,
enjuto y tocado con un sombrerito de paja caribeña… La muchacha entornó los
ojos y pensó en otros años en otras
tierras.
El pitido de la sirena de un
barco cruzó la tarde. Las gaviotas, indiferentes, veían como los cruceros
emprendían rutas por las aguas azules de Ulises… El sol mandata un mensaje en
morse: “no hay nada más hermoso que el amor secreto”. La muchacha entornó los
ojos y lo hizo suyo.
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