Tuve conocimiento de ti desde
no sé cuándo. Supe entonces, ahora ya es afirmación de aquel
presentimiento, que tú venías a mi vida a llenar algo que el destino nos tenía
guardado, desde siempre para los dos aunque ninguno lo habíamos buscado y
fueron los hados quienes marcaron los hitos de nuestros caminos.
Eras, al principio, un misterio.
Algo por escudriñar. Lo nuevo que, por inesperado, se presentaba como lo hace todo lo ignoto, de pronto.
Eras la aventura por vivir. Eras una
sorpresa. Cada vez que me acercaba ti tenías algo nuevo, un encanto
diferente, un no sé qué que te hacía irresistible y a la que yo siempre tendía
como ese imán que me atraía y me atraía…
Hurgué en mis noches de
insomnio palmo a palmo lo que yo intuía que podía ser tu cuerpo. Todos los
rincones, todos los vericuetos en los bosques más deseados. A veces, cuando el viento dejaba de ulular por
el tejado te sentía cercana, próxima, tan mía que empapabas mi alma y yo,
entornaba los ojos y me dejaba empapar por ti y tú eras mía, tan mía que
entonces yo ya era todo tuyo…
Sé que probablemente nunca
leerás esta carta de amor que te escribo una tarde tórrida de verano al sur del
Sur, cuando las brisas del mar parecen que juegan al escondite con las olas de
espumas de nácar y las sirenas, en la lejanía ven la costa como una línea de
neblina que se pierde en el horizonte.
Me llegué, hace unos días,
hasta donde esperaba que estuvieses tú. Me alojé en un hotel con ventanera. Miraba al otro lado de los cristales por si aparecási tú...Anduve por la calles ,por las plazas, doblé las
esquinas. Le pregunté al viento y las campanas en las
torres de las iglesias me respondían con el silencio. Todas me decían: ‘hace
unos días que no la vemos…”
Me dejaste desconcertado. Yo,
que siempre que iba a tu reencuentro te encontraba allí, tan sutil, tan tuya, tan
especial y diferente y no hallaba la respuesta. Y entonces, en mi interior comencé
a desgranar un rosario de lágrimas gordas y supe que “Santiago, donde la lluvia
es arte” ya no era el mismo porque tú, lluvia de Santiago, no habías requerido
venir a nuestro reencuentro…
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