Noche
ventosa de abril. El aire despeinaba las palmeras que rodean el estadio; de vez
en cuando un olor penetrante, fuerte,
sensual; es el azahar de los naranjos en
flor. Tremolan inquietas las banderas que coronan la grada.
Tuve sensación
de sentirme extraño en la masa. La gente acudía; unos solos, como yo; otros, en grupos. Pequeños grupos que hablaban entre
sí. Algunos llevaban camisetas de sus equipos. La gente se comunicaba; andaban
de prisa, como quien va tarde, como quien cree que aquello se acaba…
Se fue
llenando la grada. Saludos, buenas palabras. Pequeños, minúsculos objetos, que
llamamos personas ocuparon los asientos. Cambió el colorido. La megafonía estruendosa; ahogaba. La gente se hablaba
casi a voces.
Salen a
hacer ejercicios físicos los equipos. Los seguidores del equipo que viene de
otra ciudad están colocados en una esquina del estadio; están ¿protegidos?, ¿custodiados?
Están rodeados de agentes de policía que tienen cara de indiferentes a todo lo
que pasa.
El campo es
una alfombra verde; preciosa. El campo es un sueño de tapiz propio de una mesa
de billar. Ponen en marcha los aspersores. El
viento arrastra el agua pulverizada. Moja a los jugadores que hacen el
calentamiento; se apartan hacia un lado. No necesitan ese riego inoportuno.
Un señor viste
de uniforme diferente a los jugadores; es el maestro de ceremonias. Antes vestían de
color negro; ahora, de colorines. Los porteros de los equipos también visten
con colores chillones. Uno de amarillo limón; el otro, de verde desleído. No
coinciden con los colores de sus equipos. Once y once, todos llevan los mismos
colores; los otros, los porteros, no.
El maestro
de ceremonia tiene la autoridad. Manda, ordena, para, vuelve a mandar.
Gesticula con las manos; se hace notar por medio de un silbato. A pesar del
ruido ensordecedor el silbado se percibe desde la grada…
Cuando marca
el equipo de casa el griterío ahoga; los
que acompañan al equipo que viene de fuera, enmudecen; se oye su silencio. Solo las voces de los seguidores,
los que están por todo el estado gritan desaforadamente; ¿los otros?, los
otros, enmudecidos, callan…
La gente
abandona la grada. Exultantes. Les ha ido bien – irles bien es sinónimo de haber
conseguido la victoria – a los de aquí. Y, así una, y otra, y otra vez… Ah, se
me había olvidado: Málaga 2; Barcelona 0.
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