No se ve. Los que vivimos tierra
adentro no vemos el mar. Sabemos que está ahí.
Un poco más allá, solo un poco más allá, conforme el río hace un regate
al Hacho de Pizarra – porque Pizarra también tiene un Hacho – y se cuela por entre
las huertas. Se retira a conciencia y deja los montes de siempre, y los ve quietos, allí en la lejanía. Son las sierras
que abrigan a Coín y a los Alhaurines y más allá, la sierra de Alpujata y las
estribaciones de la Serranía de Ronda.
No se ve. Alberti pedía que le
hablasen de él. Cuando éramos niños, y no sabíamos que existía ese señor,
nosotros subíamos al Monte Rendondo. “Desde el Monte Redondo decían otros niños
más expertos en alejarse del pueblo, se ve el mar”…
Nosotros teníamos la ilusión óptica.
Fue rara la vez de las que subimos que el día estaba claro. Siempre había
bruma. Era una niebla que alguien levantaba para que los niños del pueblos que
no veíamos el mar, en esa ocasión, tampoco lo viésemos.
Una vez ocurrió el milagro. Era
invierno. Hacía frío. Subimos por el Baece; luego, por el Hoyo del Olivo; de
allí, a una especie de cercado que lo llamábamos ‘los toriles’ - ¿por qué?, no
tengo ni idea – y por otro Hoyo, el de
‘Brioles’ que era una deformación de Aurioles, llegamos a la cumbre.
Un
almecino había enraizado entre la arenisca… En la lejanía algo insólito.
¡Era el mar! Era verdad, desde el Monte Redondo se veía el mar. Los niños del
pueblo aquel día tuvimos una experiencia única. Ya no se volvió a repetir.
El niño se hizo grande y supo que el
mar viene a la orilla y entrega una caricia de espumas de nácar en la arena y,
luego, se aleja profundo, limpio, misterioso. Alguna vez, pasan unos barcos
grandes; van a alguna parte; en el horizonte, unas nubecillas deshilachadas…
No se ve. El río, aguas abajo, forma
meandros y da tumbos por la vega. Está ya próximo a llegar. Casi llega. Se hace
el remolón. ¿Tendré miedo, también, a aquellas sirenas de las que hablaba
Ulises que embaucaban a los navegantes y los volvía medio locos?
...cuánto me gusta leerlo. De verdad, que lectura tan evocadora y amena en cada una de sus páginas. No sé cuál es el secreto, si aquello de "lo bueno, si breve..." o que ya tiene la pluma amaestrada, o será lo de "al César lo que es del César". Tal vez todo, pero no me canso de decirle ¡ Ave César, el que disfruta leyéndole le saluda !
ResponderEliminarCuánto me gustan tus narraciones que tienen que ver con tus rutas a cualquier parte. Tienes la gran capacidad de poner imagen ¡imaginaria! a las palabras que escribes y entonces, se produce el milagro de ser compañero de viaje contigo. Gracias
ResponderEliminarMuchas gracias, Luis, eres muy generoso.
EliminarMuchas gracias, querido Roberto, te puede más el aprecio que la objetividad.
ResponderEliminar