Un hombre
viejo camina solo. Hace frío; va entre troncos de pinos; crece en el suelo la
yerba raquítica y pobre. Es invierno. El hombre lleva un abrigo de paño largo.
Le llega por debajo de las rodillas. Una mano, la derecha, en un bolsillo; la
otra, a la espalda. El hombre se toca con un sombrero; se resguarda el cuello
con una bufanda. Es Don Pío.
Don Pío vive
en el barrio de los Jerónimos, Ruiz de Alarcón 12. Sube despacio; cruza la
calle Alfonso XII que corre paralela al
parque; atraviesa por una de las puertas la verja del Retiro, porque Don Pío
pasea cada día; mejor, cada mañana, cuando el tiempo lo permite. La calle va de la Puerta de
Alcalá hasta el Paseo de la Infanta Isabel. Después del paseo, cuando viene de vuelta, la atraviesa de nuevo, y baja un poco, solo
un poco, y más allá, al otro lado, y…ya está en la puerta de su casa.
Don Pío, de viejo, él que había recorrido
tantos caminos, dice que no le gusta
viajar a un lugar desde el que no pueda volver a su casa andando… Queda muy
lejos el Don Pío estudiante de medicina en Valencia; el exiliado en Paris donde
en la casa de España buscaba el plato de sopa; el que recorre El Maestrazgo en
la posguerra.
De pronto me
viene a la mente un montón de recuerdos. Biblioteca pública de pueblo. Un
muchacho comienza a devorar todo lo que cae en sus manos. Se engolosina con la
obra de Don Pío. ¿El primer libro?: Las
inquietudes de Shanti Andía; luego, vienen otros: Don Silvestre Paradox; Paradox
Rey…
Después, un
rosario de obras: La casa de Aizgorri; El
mayorazgo de Labraz; Zalacaín el
aventurero… Hace unos días, un amigo me regaló La tierra Vasca. Recoge la tetralogía de don Pío. Inserta la cuarta
obra, la que todavía no había leído: La
leyenda de Jaun de Alzate.
Don Pío es,
también, un escritor de relatos cortos. Deliciosos. He releído tantas veces El
Angelus… Eran trece hombres, trece
valientes curtidos en el peligro y avezados a las luchas del mar. Con ellos iba
una mujer, la del patrón. A Don Pío,
en España, ahora, lo lee muy poca gente…