“Álora - me dijo un
día, desde Chinchón, Juan Francisco- debe ser muy bonita, ¿verdad?” Y le
contesté: Álora, se asoma cada mañana, casi de puntillas, a la vega por donde
corre el río; es, un pespunte blanco hilvanado entre calles que se dan la mano;
es, la Gracia de Dios que, cuando se levanta, va y dice: ¡ahí queda eso!
Álora tiene una
iglesia grande, tan grande… Es un templo soberbio. Del XVII. Por la
calle Ancha - debe el nombre a cuando la
fortaleza lo era - se sube a Las Torres, que es como aquí se conoce al castillo. Desde la Joyanca - casi
en la mediación de la calle - se ve cómo va el río, serpenteando, por la vega y
las casas blancas, entre el verdor de la huertas. Los cerros, enfrente.
En el paseo por el pueblo -
después de extasiarse en el castillo - se sube y se baja. La conversación se
traba con facilidad porque la gente es abierta y, aunque va a lo suyo, gusta de
acoger al que llega.
Si es tiempo y hora, hay que ir
al Santuario de Flores. Allí está la Virgen de Flores; vino de Encinasola. Las
vistas…Si asombran las del castillo (las del cerro del Calvario, tampoco,
desmerecen), las de Flores, permiten admirar, otra parte del contorno: a la
espalda, El Hacho que corona y, enfrente, el Torcal y la Sierra de Abdalajís, y
las Lomas, y el cerro de la Fiscala y los Montes de Málaga y, a lo lejos, muy
lejos, el Barranco del Sol, pero eso, es Almogía.
Hoy, porque el destino lo ha
querido, Álora, mi pueblo, por manos de su alcalde colocará sobre mi pecho la
Medalla de Oro de la ciudad… La emoción y el agradecimiento andan buscando una
palabra para… Yo le he echado mano a una: Gracias. Si ustedes, encuentran otra
mejor, por favor, díganmela. Estas son las cosas del querer…
No hay comentarios:
Publicar un comentario