lunes, 6 de febrero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Se llama Ignacio y es de Álora

Eso que llaman cronología o tiempo o edad tuvo la culpa. Ignacio y yo nunca jugamos a las bolas en la Fuentarriba,  ni al pincho en el llano terrizo en la puerta de la Droguería de ‘El Pintor’, ni corrimos juntos detrás de un aro de cinc arrancado de un cubo viejo hasta donde el pueblo ponía las lindes…; no.

Ignacio y yo nunca fuimos a la misma escuela. Ignacio era un niño cuando yo ya era muchacho; Ignacio vivía en otra calle, paralela a la mía, eso sí,  pero nunca coincidíamos y mientras yo iba a una clase donde me enseñaban, en el mapa de hule, por dónde venía el Ebro al mar o el Duero se iba a otras tierras… Él estaría jugando con otros chiquillos en la calle.

Ignacio un día se hizo grande. Ingresó en la Guardia Civil y tuvo destinos duros. En sitios difíciles donde no regalan nada; exigen mucho y reconocen poco. Ignacio vivió su Getsemaní en esa punta de España donde otros muchos dejaron su sangre.

Después pasó por otros destinos. Estuvo en esas unidades de élite donde van los mejores. Los llaman especialistas. Ignacio era especialista, además de en conocimientos - que eran muchos -  en su materia, en honradez,  y se la jugó. No entró por el aro que entran los mediocres y plantó cara a lo que él entendía que había que plantársela.

Un día, como a otros tantos, la podredumbre fue a por él y a por otros compañeros. Lo malo, al principio, puede mucho; los corruptos, también. El Tiempo y  la Justicia pusieron las cosas en su sitio. Ignacio y sus compañeros ya habían pasado un quinario demasiado duro; durísimo.(Asuntos internos. Jorge Cabeza, clarito, clarito).  Se hizo la luz.


Me lo encontré hace unos días por pura casualidad. Ignacio es uno de los hombres más honestos, más cabales y más íntegros con los que me he rozado. Fue una alegría. Eso, no tiene precio. Produce una sensación muy agradable por dentro. 
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