viernes, 17 de febrero de 2017

Una hoja suelta del cuaderno de bitacora. La Luz de la mañana

Cielo entoldado y frío. Lo propio; estamos en febrero.  A duras penas se abre paso la Luz. La Luz siempre puede con las tinieblas. La Luz está allí;  espera su momento.  A veces no la vemos. Se asoma como quien separa una cortina entre las nubes y ve lo que no se ve desde otros sitios porque la Luz lo ve todo. Se impone a lo que la rodea.

Hay un alfombra de plata, o sea de nubes  extendida por el camino  del   cielo. Una alfombra que mitiga el frío de la mañana en los pies de los ángeles.  En las alturas, muy por encima de ellas, es azul; allí está la Luz plena,  ahora solo se intuye. Se adivina; brochazos de capricho  con un pulso desigual.

Hay una cortina de arboles en las dos orillas. Se clarean los más cercanos; los de la otra, forman un cordón tupido, espeso, casi impenetrable como quien forma una pantalla protectora asidos fuertemente entre sus manos. Los árboles siempre se dan las copas entre ellos. Entablan conversaciones que solo ellos conocen.

Pérez Lozano nos dijo que Dios tiene un O. A veces, la O de Dios, la otra O que no va en el nombre, se asoma como a hurtadillas, y también quiere ver lo que ha creado y lo admira y ve que es bueno y se complace y deja que los hombres gocemos de esos momentos únicos y breves que aparecen cuando no se esperan.

El río, espejo de la mañana, sigue su curso. El sino de los ríos se cumple siempre. Nace, anda su camino y llega al final. El río es un misterio que habla con su silencio. El río es un rumor que envía su mensaje a quien quiera escucharlo. Solo hay que sentarse en su orilla y aguardar.


Dormita el campo. Se despereza. Vuela un pájaro. Busca una rama donde posarse. El pájaro es un privilegiado. Ve mejor que nadie cómo se abre la mañana, cómo la Luz descorre la cortinilla, cómo nace cada día…

La imagen puede contener: cielo, nube, árbol, crepúsculo, exterior y naturaleza

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