No estamos acostumbrados a algunas cosas. Llegan de
improviso. Nos cogen con el pie cambiado; se escapan suspiros de admiración. Esta
mañana, ha nevado sobre Madrid. Los que somos de ‘secano’ en nieve estos fenómenos nos
llaman la atención.
Parece que hubo un pelecho de ángeles traviesos a
esa hora en que los niños, semidormidos, se lavan la cara para ir al colegio.
Al igual los ángeles tampoco tenían muchas ganas de ir a aprender las tablas de
multiplicar y esas cosas. Se enzarzaron en el juego. Se arrancaron las plumas.
Las dejaban caer sin miramientos.
Los copos perdidos llegaban a una ciudad extraña. Bajaban
asustadillos, como quien va por libre y mira a los lados; luego, se agrupaban
entre ellos. Venían en bandas. Parecía que se cogían de la mano. Se fueron
asentando sobre los setos, sobre los bordes de las aceras, sobre el suelo del
parque…
El busto del padre Rubén
- quiero decir Rubén Darío – está bajo un conjunto de pequeñas palmeras
washingtonias. Lo protegen del sol en los días tórridos del verano. Esta mañana
los copos juguetones eran menos respetuosos. Se posaban sobre su cabeza de
bronce… ¡Se está perdiendo el respeto!
Lo había dicho el hombre del tiempo. A veces, no le
hacemos. No siempre se cumplen las predicciones… Esta mañana no fue así. Los
copos bailaban un vals con música de silencio, acompasado y majestuoso.
En Madrid no saben lo que son las biznagas. Claro,
no lo van a tener todo. Esta mañana si los jazmines hubiesen cambiado el
paso del tiempo y se hubiesen venido por
febrero podrían haber ensartado una varetilla de eneldo para ofrecerla a la diosa Cibeles…
Una pareja de mirlos se ha cobijado en el magnolio
del jardín. ¿Esperan a que pase el temporal? La urraca, que es un pájaro que se
viste de nazareno todo el año, picotea por el suelo; busca los bichillos de su
dieta. Los gorriones van a los suyo. No hay arrullo de torcaces… Bajan, ahora,
otra vez, plumas de ángeles que vienen del cielo…
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