Atravieso Asturias de sol
naciente a poniente. En Corias, a las puertas del monasterio, el viajero gira
hacia Pola de Allande. La exuberancia y frondosidad del paisaje se pierde a
medida que se asciende al puerto del
Palo.
Han remansado el Navia en un
pantano que acusa meses de carencia de agua. En Grandas de Salime están de
feria, tienen cerrado el museo etnográfico y poseen una joya de iglesia
románica; en Pesoz toman la recacha de la mañana y en San Martín de los Oscos
huele a pradera fresca. Pontenova exhibe chimeneas de hornos donde a principios
del siglo XX se trató el carbonato cálcico, y cuenta su historia en paneles al
viajero en lengua gallega. Un acierto para los conocedores de esta hermosa
manera de expresarse.
Cruzo a Galicia por Ribadeo.
Escucho en la radio del coche a Luz Casal. Frente a mí, el mar. Un Cantábrico
azul y tranquilo, aunque un poco distante, lejano de ese mar de galernas y
terrible cuando vienen los temporales.
Castropol vuele a ser Asturias.
Nunca dejó de serlo. Parece un pueblo de
postal asomado a la ría. Se baña la gente en Foz, a pesar de soplar el viento a
media tarde.
Mondoñedo, con catedral decrépita
deja pasear al mago Merlín ante los ojos de bronce de Cunqueiro al que han
sentado, en pose intemporal, frente a la fachada de la catedral. No sé quien
será más universal si la obra en piedra o la de don Álvaro. De joven leí Viaje
por las Chimeneas de Galicia, y siempre supe que algún día, de una u otra
manera, iría a verlo.
He regateado montes, y sin
programarlo, en Meira, me he encontrado con el nacimiento del Miño en el Pedregral
de Irimia. “El río Miño, nace en fuente
de Miña, provincia de Lugo…”. Agradable sorpresa. Hace fresco. Casi al caer
la noche el viajero llega a Fonsagrada. Luz canta a Rosalía: “cuando pensó que te fuches / negra sombra
que me asombras(…)”
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