Madrid está de calor y nubes. No baja nada de fresco de la
Sierra. El aire viene cargado. Las
noches son largas, plomizas, eternas. Madrid está de vacaciones y las calles
casi desiertas. Es otro Madrid.
En las calles de Madrid, además de calor dan, también,
gratis lecciones de historia. La pequeña historia de cada día. En el 42 de
Fernández de la Hoz una placa municipal dice que allí vivió el “maestro de la
muleta y de la palabra, Domingo Ortega; un poco más allá, en Martínez Campos,
15 recuerdan a Marcial Lalanda; a Pepe Hillo, en la del Carmen…
Dice la prensa que Francisco Rivera que ahora se anuncia en
los carteles “Paquirri” por poco no ha seguido la senda marcada por su padre en
Pozoblanco. Lo suyo no ha sido en Sierra Morena. Estaba muy lejos de los aires
de Ronda que embrujaron a Orson Welles o a Rilke. Tenía a los Pirineos, que se
tocan de blanco en invierno, al alcance de la mano.
Iba este Francisco, por tradición, por leyenda y por
dedocracia para figura del toreo. Por un lado, los genes del bisabuelo Cayetano
, el Niño de la Palma, y de su abuelo Antonio Ordóñez Araujo. Yo no lo vi
torear en directo por ‘culpa’ de la edad; por el otro, Paquirri: estilista, banderillero,
atleta para un Olimpo de otra gloria.
Se ha escapado por chiripa como se escaparon – él y José
Tomás - aquella tarde en La Malagueta,
cuando un toro de Núñez del Cuvillo cortó el corbatín de Tomás que le decía al toro “si quieres, quítate tú, que
yo no me aparto”. Rivera se tiró al ruedo, al quite, a cuerpo limpio…
Rivera le ha hecho un quite a la muerte con su cuerpo de por
medio. El toro “Traidor” - hay nombres que se les traen, amigos
ganaderos – era un burraco precioso como escapado de un cuadro de Goya que ha
pastado en Zufre en la Sierra de Huelva. ¿La ganadería? Albarreal. Ha estado a
punto de pasar a la historia…
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