lunes, 31 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Lunes

El lunes es el único día de la semana que tiene personalidad propia. En otros asalta la duda: ¿qué día es hoy? El lunes, no. Se sabe que es lunes desde que apuntan los primeros rayos de sol. Hoy es lunes, no puede ser otro día. Hasta el cielo tiene un color diferente.

Es último día de mes, además. La gente se agolpa en la puerta del banco. Quieren, necesitan ‘tocar’ el dinerillo físico de la paga. Si llegan antes parece que el reloj va más de prisa. Madrugan. Ignoran – quieren ignorar – que hasta las ocho y media no atienden al público. Además las cajas de seguridad están programadas. No pueden abrirlas antes.

Un concierto de toses acompaña la espera. Se saludan. Hablan en voz alta. La gente no se habla entre sí: se grita. Son conversaciones intrascendentes. Se cuentan cosas, se preguntan cosas, se dicen cosas… No le interesa a nadie pero es una manera de afianzar que está ahí, en la puerta.

Pasa una moto y otra. Algunos coches. Una mujer dice  que ahora irá al mercadillo porque quiere comprarse “una rebeca”. No entiendo bien que le responde la otra mujer con la que habla. El ruido de un coche que pasa apaga la respuesta.

Se ha parado alguien y dice que va al médico “por recetas” Uno creía que a los médicos se iba a otra cosa. Se ve que los tiempos cambian. Cualquier día algún médico escritor publica un diario y nos revela cosas asombrosas.

La televisión mañanera está para apagarla. Han vuelto los tertulianos. Saben de todo. Opinan de todo. Lo critican todo. Es curioso comprobar lo poco que sabe uno cuando escucha a toda esta gente. Ah, todos vienen muy morenitos de sol veraniego… Es el ciclo de la vida.

Los amigos regresan de las vacaciones. Ha  viajado por medio mundo. Se ha llenado facebook de fotos preciosas. Galicia, Cantabria, el Pirineo... Son fotos de paisajes, fotos personales, fotos de momentos únicos. Todas tienen algo en común: la ilusión del viaje…, y contarlo.


Me ha llamado mi ‘hermano’ Antonio. Hablamos un rato largo. Han sido los dos contrapuntos al lunes.

domingo, 30 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Tormenta de verano

La tarde se puso ventosa; gris con nubes altas. Eran nubes de paso. “El levante las mueve y el poniente las llueve” Mucho levante, demasiado; agua, poca. Una amiga me pone un correo y me dice que hace una tarde propia para nostálgicos. Mi amiga lleva razón.

Cuando la tarde tocaba a vísperas de convento cayeron unas gotas. Era barro. Puede que polvo en suspensión del desierto o un adelanto para los chapistas de taller que con las primeras gotas… ya se sabe: derrapes y porrazos.

Por la radio me entero que sobre Madrid se desencadena un huracán. Árboles arrancados, voladizos por los aires – nunca mejor dicho –, calles inundadas. Los bomberos no saben a dónde acudir: la capital casi colapsada. En el Retiro una mujer herida.

Por las afueras: San Sebastián de los Reyes, Guadalix de la Sierra, Galapagar, Alcobenda, en la zona norte. En el sur, la peor suerte para Aranjuez. Aranjuez debe estar ya afinando la sinfonía de otoño y viene una tormenta de verano y hace añicos la orquesta.

Aranjuez con plátanos centenarios y pinos en las avenidas y acacias y turistas en estampidas ha vivido una tarde que dicen que quieren olvidarla. Aranjuez es poesía y encanto; es recuerdo y romanticismo; es entornar los ojos y soñar, menos cuando se presenta una tarde como ésta que quiere despedir agosto.

Dice el hombre del tiempo que mañana el viento rola a poniente y que va a traer agua a algunas zonas de España. Pintorrea el mana con rayos de tormentas en las sierras y alerta de posibles destrozos.

Me temo una gota fría. Ha sido demasiado calor. Debe haber masas muy considerables de humedad en las zonas altas de la atmósfera. Una corriente helada en la altura puede liar la de “Dios es Cristo”.


En las riberas del Guadalhorce – la Junta de Andalucía tiene muchas ocupaciones y no ha tenido tiempo de limpiar el cauce del río, vayamos a ser mal pensados – nos han dejado abierto el camino de encomendarnos a Dios y a todos los santos de la Corte Celestial. En la gestión de algunos políticos pues…

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Equipajes

Se las andaban esta mañana las golondrinas en los cables del teléfono – los pocos que quedan porque con esto de los móviles…- preparando el equipaje. Septiembre que llama a la puerta viene con vientos de levante, nubes mañaneras y emigración de pájaros.

Septiembre le dice, a las golondrinas, que es la hora de irse a otros sitios. Entre ellas se hablaban, se contaban sus cosas y, casi con toda seguridad, se daban las directrices para sobrevolar los campos de arrastrojados, cruzar el estrecho y adentrarse en esos sitios de arenas calientes de donde huye mucha gente.

A los que no sé si les habrá dado tiempo de hacer el equipaje han sido a ciertos políticos catalanes. Llegaron los tricornios – bueno, ahora solo se usa la prenda para los días de gala – y les dieron la mañana buscando papeles y esas cosas que se llaman tres por cinto. Las malas lenguas dicen que a la Benemérita la han mandado un poco tarde.

A quien parece que tampoco le han dado mucho tiempo para preparar el equipaje ha sido a un sindicalista que lleva en el carro desde hace mucho tiempo. El hombre tomaba su desayuno, como casi todo el mundo que tiene la mala costumbre de hacer esas cosas por la mañana y se le presentaron los agentes y se lo llevaron.

Dicen que había ocupado una finca militar, en Osuna, hace un tiempo. Tenía previsto que vendrían por él. Avisó a la buitrera… Y, miren por dónde, la gente que hace que se cumpla la Ley, dejaron pasar los días y se presentaron por sorpresa. ¡Es que pasan unas cosas!

También han hecho el equipaje mis nietos – y otros muchos nietos – que han pasado el verano en sus pueblos. Los míos tomaron un AVE de media mañana y al rato en su casa.  Como que no querían irse.


A su abuelo por lo pronto le han dejado un vacío enorme y, para que se lo cuide, a ‘nadador’ un pececillo que les tocó en no sé qué caseta de feria. “Abuelo, que le des de comer tres veces y lo bañes todos los días…”

viernes, 28 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Luna de agosto

Están los olivos de la cuesta del convento con las ramas como cuentas de rosario de esperanza con sus aceitunas nuevas. Se doblan las varas. Reverencian el suelo. Sabiduría de una tierra vieja en rebrotes nuevos. Están los olivos que miran al cielo y ven cómo pasan las nubes y piden agua.

Las lomas de Virote – por cierto, virote, según me dijo mi amigo Diego Rodríguez, es la ración de pan que se da al hombre que presta su jornal en el campo. Yo no lo sabía – con los rastrojos traspillados.

Las riberas del río siguen vestidas de verde. Es el verde de las huertas. En medio, como esparcidas a voleo, un revoltijo de casas blancas. Por las noches, en estas noches placenteras de verano, se siembran de luces. La gente cena y toma el fresco. La gente comparte tertulia.

Cuando yo era niño mi abuelo me enseñaba el ‘Carro’  contábamos las mulas que caminaban de manera desigual y, cada una, a su aire, y las ‘Cabrillas’ que salían muy tarde, y el ‘Camino de Santiago’ que alumbraba más cuanto más maduras estaban las uvas.

Ya está llena la luna de agosto. Se ha enseñoreado del cielo. Asomó por los Lagares; bañó campo. Y, luego, anduvo su camino, como siempre y se asomó a la ventana y llenó de luz… La radio habla de mucha muerte en otros sitios. Ya no verán esta luna. ¡Dios mío! ¿Por qué?

 Dicen que la mar está en calma… pero la mar está muy lejos. Tan lejos como aquel “Abenamar, Abenamar, - ¿se acuerdan?-  moro de la morería/ el día que tú naciste grandes señales había / estaba la mar en calma / la luna estaba crecida…” y Almutamid y Beja, la ciudad portuguesa, en el Alentejo, donde nacieron los dos…


Alguien dijo: “dime en qué paisaje vives y te diré quién eres”…

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Destinos

Hoy hace sesenta y ocho años que Islero se llevó por delante a Manolete. Islero no había comido margaritas en las marismas de Tartesos ni tenía los ojos verdes. Islero no se había escapado de ningún poema ni de los versos de un poeta que llevaba dentro las esencias del campo.

Islero había hablado de tú a las estrellas que se asomaban a la noche de Zahariche y  a la luna que se apuntaba por los rastrojos. Islero no era ni bueno ni malo; ni tenía ideas asesinas como dicen algunos imbéciles ni miró de mala manera al hombre que hacía como no hacía nadie los ayudados por alto.

Manolete – a quien ahora quieren quitarle el rótulo a la calle que lleva su nombre – pasó a la historia del toreo porque dicen que era un hombre frío, con nervios de acero. Un mito como Belmonte o Granero. Alguien a quien el destino le tenía cita en Linares, el 28 de agosto, en las fiestas de San Agustín.

Otro destino a ha dado cita en una autovía de Austria a un montón de personas que huían del horror y cuando oigo lo que cuentan de cómo ha sido su muerte me quedo sin palabras. No las hay para tanto disparate.

Se ve que las tragedias van de la mano. El Mediterráneo ha vuelto a extender su manto azul sobre otro montón de gente. Esta vez frente a las costas del Norte de África… Y, ¿van? Ni se sabe. Casi imposible contarlos.

Y hoy, los días acumulados que se llaman años dicen que hace trece  que mi amigo Antonio dejase la brillantez que le ofrecía la vida para devolverla en forma de dolor que no se apaga a todos los suyos…


Fue al caer la tarde, en una curva puñetera, como  parece que fue la hora del camión aparcado, como la hora del encuentro de Islero con Manolete… Ustedes perdonen el refrescón de hoy pero es que hay días…

jueves, 27 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El quiosco de Gregoria

El tren llegó  a la estación a esa hora en que no es ni tarde ni temprano. El tren llega, ahora, a la estación de Málaga por un subterráneo largo y oscuro. Viene bajo tierra casi desde la barriada de Santa Julia. El tren comparte estación con otros trenes de más categoría. Los que van muy lejos circulan por otras vías con ancho diferente; los de media distancia, por las vías antiguas.

Un tablero electrónico llena todo un testero. Se mueven las letras;  parpadean. Anuncian llegadas. Dicen que viene un tren de Sevilla-Santa Justa. Piden disculpas por las molestias. O sea, trae retraso. Como antiguamente.

En el otro lado del panel anuncian salidas para Madrid-Atocha (dicen que tiene parada en Córdoba); Barcelona- Sants; Zaragoza y Sevilla… Los viajeros pasan el control de seguridad. Se pierden por detrás de unas puertas acristaladas. Casi todos llevan maletas grandes.

Ya no hay marquesina metálica que separe la estación de la calle. Tampoco están, en la puerta de acceso,  los que vendían ramos de plátanos ni caracolas repintadas ( “se escucha el mar, decían), ni banderitas ni toritos negros de plástico que la gente ponía en el aparador de su casa…

 La sala de espera es amplia. Muy amplia. Está llena de gente. Unos van; otros, llegan. Van a muchas partes. Vienen de otras ciudades, de pueblos, de no sé sabe dónde. Hay mucha gente en la estación.

Un chica morena, repintada y con mucha crema en la cara me pide atención. Me quiere hacer una tarjeta. Me pregunta si conozco cómo funcionan las tarjetas, le digo que sí. Me pregunta si utilizo, con frecuencia, la tarjeta, le digo que demasiado. Me pregunta y me pregunta cuando le digo que lo que no tengo es dinero…, me esboza una sonrisa. Es comprensiva ella; yo he aguantado demasiado.


Cruzo la calle. El quiosco de Gregoria despide olor a churros, a masa frita y a aceite caliente. El quiosco de Gregoria hace esquina. El quiosco de Gregoria saluda en silencio y en su sitio a los viandantes. Ha visto pasar a mucha gente.

miércoles, 26 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Nano

El Nano tenía la piel morena. Morena de aceituna y soles; morena de raza y enjundia; morena del que pasó mucho desde niño. Y, en silencio. El Nano se las andaba por los bares de la Fuentarriba o apoyado en la pared de la calle. Buscaba un potencial cliente que, por unas monedas, le ayudasen a tronchar eso que llamamos vida.

El Nano - Alonso Heredia Campos -  tenía el pelo negro. Como es negra la noche a la que se le ve poca salida. Enjuto y seco. Los ojos oscuros y profundos. Tenía el cimbreo de un junco que crece en las orillas del río. Llevaba en una mano  la cajilla de las ‘herramientas’; con la otra marcaba un compás imposible.

El Nano era un gitano guapo de cuna. De infancia difícil. Con casi todas las salidas cerradas. El  muchacho se buscó la vida de limpiabotas. Quizá el último limpiabotas – y, ojalá el último - de los hombres que se han ganado el pan de cada día de esa manera.

Tenía la cintura del que va para torero estilista y ligero de carnes como una alondra.  La frente despejada y los labios grandes. Ni muy alto ni muy bajo, seco y con los ojos tristes. Con esa tristeza del que ve que la vida se le va y él ni puede ni quiere ni sabe cómo pararla. Las orejas grandes…; caídos los brazos y unas uñas recomidas por el trabajo.

Siempre he sentido un respeto enorme por esos hombres que se han arrodillado ante otros hombres. Jamás he consentido que nadie me limpie los zapatos. Lo he visto como un acto de humillación hacia otra persona. Sé que puede parecer una exageración. Sé que es una manera digna de ganarse la vida,  pero …


Felipe Aranda que lo conocía bien dice que era un hombre bueno, de gran corazón  y honrado,  y que, además, era su amigo. Me pregunto ¿con cuántos hombres honrados y buenos como El Nano nos cruzamos cada día y los desconocemos? ¡Qué injusta hacemos la vida!

martes, 25 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Perotes

Dice el diccionario que ‘perote’ es un gentilicio despectivo con el que se conoce a la gente de Álora. Poco más o menos. El diccionario puede decir lo que quiera, como aquella beata que cuando el Vaticano II cambió lo del ayuno eucarístico afirmaba que si se quiere condenar, que se condene, el Papa.

No sienta mal a nadie nacido en Álora que se le llame por perote. Nadie sabe el origen de la palabra ni de todas las explicaciones que se les busca.  Ninguna cuadra para decir ni el origen ni el porqué del nombre.

Efectivamente el perote es el nacido en Álora. Es, además, inteligente, sagaz, irónico, tertuliano, abierto, hábil convesador. Se ríe de su sombra y conoce a los cojos… tendidos.

El forastero con muchas ínsulas baratarias en la cabeza, vino, por traslado profesional, a vivir al pueblo. Miraba un poco por encima del hombro. Presumía de su formación y de su carrera anterior.
-          Porque yo, he opositado a la Policía Secreta.

-          Tan secreta, le dijo, que no lo sabías, ni tú.

El perote muchas veces en su actuación no deja entrever si va o viene, si sube o baja. Socarrón. Vulgarmente se deja caer:

“No sé cómo la gente de Pizarra – decía, Fernando Espíldora – es más fina que nosotros estando nosotros más cerca de Madrid que ellos”. Fernando era un hombre, delgado, muy enjuto y seco de carnes. Nariz aguileña, pelo lacio y de palabras usadas en su término justo.

Se pone de moda colocar, en la parte trasera del coche, una cadena que toca el suelo, que deja salir la electricidad estática acumulada. Un día entra en el bar. Lleva atada una cadenita a la cintura. Cuelga y arrastra. El listo de turno tercia:

-          Fernando, ¿para qué quieres la cadena?

-          Pa no marearme.

Aparentemente es serio. Encierra y amarra, deja entrever lo él quiere que se vea y, en más de una ocasión, lanza un dardo sin que el interlocutor se pueda dar por ofendido. Entra la señora a la tienda. Echa un vistazo a la mercancía expuesta en la estantería. Inocentemente, pregunta:


-          “¿En qué puedo engañarte…?” 

domingo, 23 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Ya está aquí.

Ya está aquí. El alba rompió luces. Se echó al camino. Se habían ido no sé dónde los luceros. Vieron que podría haber alguna incompatibilidad entre la belleza de ellos y la de Ella. Optaron por la retirada, o sea, dejaron el sol – el de cada día, en el cielo – y de otro cielo apareció otro Sol que venía al encuentro con su pueblo.

Ya está aquí. Revolotearon por los alféizares de las ventanas las palomas. Le dedicaron arrullos. Le dijeron que esta noche la echarán de menos pero que lo entienden. Que saben que es así, que tiene que ser así, como cada año, solo por unos días se la prestan al pueblo y, luego, otra vez,  todo el año para ellas.

Al convento de Flores acudió gente; los de siempre, otros nuevos. A otros los hemos echado mucho de menos… Ya se sabe, así es la vida; así lo marcan los tiempos. La Virgen de Flores bajó a Álora como siempre a finales de agosto y a mediados de septiembre, cuando ya el campo cante a verdeo, regreso de nuevo.

Reencuentros. Recarga de  pilas. Cantaba el agua en la Fuente de la Higuera ‘eterna’ canción del agua’, de chorro mermado y claro. Reencuentros. Recarga las pilas; Recuerdo de otros tiempos.

El campo estaba de oro y brisa mañanera. Soplaba poniente. Algunas – pocas – nubes. El campo estaba precioso. Arracimados los olivos, agostados los pastos por mor de los calores del verano y, en el azul del cielo, recortado  El Hacho. Desde su altura vio bajar el cortejo.

Delante, un grupo de caballistas, garrochistas escapados de unos versos de Villalón sin toros negros ni marismas, ni alcores ni lomas de lejanía; sombreros de ala ancha y sin espuelas de oro; zahones de cuero. Abrían el cortejo; detrás, el pueblo; luego, Ella; y detrás, más pueblo


Me retiré en la Fuente de la Manía. Otros tomaron el relevo. Se agolpaba por las calles la gente. Casi cuando aún el sol subía por la Cuesta del Río la comitiva llegó a la parroquia de la Encarnación. Igual, como siempre, maravillosamente igual cada año. La Virgen de Flores en Álora

sábado, 22 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La Vuelta en el Chorro

Si vienes desde Málaga,  pasada Pizarra, coronas un puerto. Vamos, un repechón - por donde también vendrán los ciclistas de la Vuelta a España - divisas Álora en frente. Primero la mole del Hacho; luego, el castillo y, asomado, como de puntillas, o sea una pincelada blanca, el pueblo.

Después, a medida que avances por la vega la carretera estrecha y tortuosa – como todas las que te acercan al pueblo – te enseñará cómo Álora se asoma al valle y al río y todo  bajo un cielo amplio; casi siempre, azul. Vamos que no tiene muchos recortes.

Tres cerros, en sentido decreciente, te saludan en la distancia. ¿Los Cerros? El Cerro de las Torres coronado por el castillo; el Cerro del Calvario con su ermita blanca, preciosa; y el Cerro de las Viñas que ya no tiene cepas pero sí racimos de casas. Los ciclistas irán como tiene que ser a lo suyo,  casi no los verán.

Cuando llegues a la barriada del Puente  te encontrarás – ellos, también – con un trozo de puente de hierro. Reliquia del pasado. Una riada sembró la tragedia a modo de muerte  - dos vidas – y ruina económica para muchas personas. La riada fue el 28 de septiembre de 2012 ¡Qué pena que la Junta de Andalucía antes no había tenido tiempo de limpiar el río; ahora, tampoco!

Lo  verás por televisión – que es muy chivatona – cuando los hombres (es decir, los ciclistas) salven la subida de Trabanca, pasen el pueblo y en la Fuente de la Manía enfilen hacia El Chorro) la carretera se estrecha. La maleza casi invade la calzada, a ambos lados.

Irán en un peligro constante. Los quitamiedos están enterrados por los yerbajos secos. ¡Otra pena! La Junta tampoco ha tenido tiempo de limpiar las orillas de la carretera. Ahora, (eso no depende de la Junta), sí el paisaje: único, excepcional. De los que no se olvidan.


 Después de Bombíchar, la Bobaxter de Simonet, se da vistas al objetivo de la etapa: El Chorro, Caminito del Rey. Pasaran por dos veces. Quienes sigan la retransmisión verán algo insólito, diferente… No lo encontrarás en ningún otro sitio. Y, fin de etapa en Bobastro. Allí… la historia pudo tener otro rumbo. Eso, para otro día.

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Noche de verano

El día está fresco. El agua caída con las tormentas en la sierra de esos mundos de Dios ha refrescado el ambiente y el comentario generalizado es de respiro y agradecimiento y, aunque conscientes de que tiene que venir más calor, al menos, ahora, la sensación de alivio ha sido grande.

Me paso un rato en la puerta junto al camino, como cada noche, antes de acostarme. Contemplo el cielo. Es una costumbre mantenida todos los veranos. Las noches de verano en el campo son otra cosa La luna en cuarto creciente; criquean los grillos; ladra, en la lejanía, un perro. Hace tiempo que no percibía la quietud que ofrecía la anoche.

Ha pasado ya eso del efecto de Perseidas. Ya no hay que pedir deseos a las estrellas. ¿O sí? Las estrellas están donde siempre, como siempre… De vez en cuando, desde que abrieron la segunda pista del aeropuerto cruza el cielo un parpadeo muy distante de luces en las alas de los aviones que van a alguna parte.

Los Lagares, en la lejanía, son un todo oscuro. Se ven los focos de los coches. Suben  y bajan, lentos, por los carriles. Parecen puestos allí para realzar tanta armonía. Soplaba el viento de poniente. Recuerdo al niño que se preguntaba una noche, como la de hoy de cielo estrellado: ¿Todo esto para mí solo?

Leo que llegan oleadas de inmigrantes a las playas del sur de Europa. En Lesbos han triplicado la capacidad de admisión. Esto no hay quien lo pare. Lo que ocurre es que quienes tienen que hacerlo, no lo hacen. La gente huye de la guerra, la miseria y de la pobreza y arriesgan ya lo único que les queda: la vida.

Las estadísticas hablan de miles de vidas sepultadas bajo las aguas azules del Mediterráneo. Al rebalaje de sus playas vienen a morir olas de nácar y espuma. ¿Serán las almas de los que se quedaron aguas adentro? Me aterra la reflexión.


Flota una locura colectiva. Ante las noticias que hielan el alma respondemos mirando a otro lado. Muertes sembradas por manos que tenían que sembrar amor: madres, maridos que recogen los añicos del amor roto haciendo más añicos… 

viernes, 21 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Flores

“A orilla de la ribera / está la Virgen de Flores / patrona de Encinasola / reina de los corazones”. Lo canta el fandango; lo cantó Jarcha. Se extendió por todos sitios para  los que gustamos del folclore. O sea, de eso que se llama sabor a pueblo.

Paso Sevilla. Vía de la  Plata, adelante,  kilómetro 25, a la izquierda. Luego, Castillo de las Guardas, Higuera de la Sierra, - ¿la de la cabalgata de los Reyes Magos?, esa –Me adentro en la reserva de Aracena y los Picos de Aroche. Aracena y su gruta… Galaroza está como siempre entre la frondosidad de castaños, nogales, helechos... Higuera la Real ya es Badajoz.

Encinasola es una pincelada blanca perdida en medio del campo. Desde, lejos la torre de la iglesia recorta el cielo azul. Desde la proximidad la cercanía que dan los genes de la hermandad  brotan en generosidad, como brota el sudor en el medio día del verano Me reciben Fermín y Remedios y María y Antonio que sigue al pie de barra como siempre.

A Flores se llega por un camino de tierra. El camino es largo, sinuoso y con mucha piedrecilla sueltas. Flores, a estas alturas del verano muestra un paisaje traspillado y seco. Pajotes, ovejas que sestean bajo sombras raquíticas. Un hombre vierte agua en el bebedero. Acuden las ovejas.

Llegamos bajo el rigor del medio día. El sol en lo alto; el día luminoso, algunas nubes se asomaban desde lejos. Pasan. Esas nubes van a alguna parte. Puede que lleven agua. No la van a dejar sobre esta tierra sedienta.

La ermita de Flores está junto al Múrtiga; en la otra orilla, Barranco que es Portugal. La Virgen de Flores preside el altar mayor. La Virgen de Flores vino a Álora de mano de  los hijos de Encinasola finales del siglo XV. Eran tiempos de guerra y desencuentros. Castilla pretendía la incorporación del reino Nazarí a la Corona. Lo consiguió.


Desde el domingo 23 de agosto al 13 de septiembre Álora vive fechas entrañables. Todo, en torno a su Virgen de Flores. Viene, se le venera y de se le da culto. Se ‘devuelve’ físicamente, que no de otra manera, en romería al convento, en Flores, de igual nombre del paraje que está en Encinasola…

miércoles, 19 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Bicicletas


El Valle – el Valle de Abdalajís – es un pueblecito blanco. Está al pie de la sierra del mismo nombre. Cordillera Penibética, sur de España, entre El Torcal y la Serranía de Ronda. Hace unos días un programa de televisión lo lanzó a primera página a nivel nacional. No va por ahí la cosa.

En el Valle nació una mujer excepcional. Fundó una congregación religiosa. Le puso por nombre Hermanas de San José de la Montaña. Se dedicaron a atender a viejos a los que no quería nadie. Entonces, a eso se le llamaba: asilo; ella era Madre Petra. Tampoco va por ahí.

Por uno de los extremos de la Sierra de Abdalajis abrieron dos túneles descomunales. Horadan la sierra. Por allí entran o salen  los trenes de Alta Velocidad. ¿Consecuencia de las obras? Dejaron al Valle sin agua. Y, un pueblo sin agua… Tampoco ese es el tema.

Ese pueblo por no se sabe qué arte de birlibirloque ha sido olvidado  por la Administración Central y, cuando cambiaron los tiempos, por la Autonómica. Para llegar al Valle (a medio camino entre el Guadalhorce y Antequera) la carretera es un poema. Un poema de poeta malo. Un poema para llorar de impotencia.

Por la Cuesta del Algarrobo y por la Cureña, las curvas están sencillas como alcauciles en primavera. Si el recorrido es al revés, o sea desde Antequera hacia las tierras llanas del río,  lo mismo.

Desesperación de vecinos. Pasaban tiempos y promesas. Ni caso. Nadie ni arreglaba la carretera ni enderezaba curvas, ni movía un papel que diese alguna solución. Pancartas, manifestaciones, cortes de carretera, Guardia Civil…

Un día anuncian que pasa por allí la vuelta ciclista a Andalucía… Maquinas, parcheo, limpieza de cunetas… - “ya ven, lo que no han arreglado las protestas, lo han arreglado las bicicletas”…


El domingo pasa la Vuelta Ciclista a España – promoción del Caminito del Rey -  por la carretera entre Álora y El Chorro. Esta mañana apuntaba el sol por Los Lagares: dos camiones, un puñado de operarios, parcheo y más parcheo…¡Benditas bicicletas!

martes, 18 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Almegíjar

“En la carretera desde Torvizcón a Cádiar se ve un pequeño pueblo al otro lado del río, colgado de manera imposible. Los viajeros, al contemplar esta vista, se preguntan:¿Qué pueblo es ese? Pues ese pueblo es el nuestro, es Almegíjar”. Así invita mi amiga Merche – Merche Hernández – a los viajeros para que se acerquen a su pueblo…

La Alpujarra es tierra dura. Por la orografía y por Historia. La Alpujarra está en la ladera sur de Sierra Nevada; enfrente, al otro lado, la Contraviesa y entre ambas, el río Guadalfeo. La Alpujarra tiene un pasado de guerra y rebelión; un presente de supervivencia difícil.

El cielo casi siempre es azul. En invierno las nieblas tienen su patio de recreo en las cumbres de Sierra Nevada.  Una sucesión de prados y vegetación de montaña se dan la mano para no resbalar, y llegan a las aguas del Guadalfeo; en medio, Amegíjar. Una pincelada blanca en disputa con las nieves de la Sierra.

El río viene de arriba, del Peñón del Puerto. Va camino del mar. El terreno muy quebrado – de ahí su nombre – con barrancos profundos. Lo llaman río de la Victoria porque por su desembocadura, en Almúñecar pisó tierra firme, Abderramán I cuando vino de Damasco… Pero esa es otra historia.

Almégijar es una sinfonía de agua y cal. Agua fría, muy fría en las fuentes y en el lavadero y en las correntías que buscan el río; de cal, en los tinaos. Reverbera la blancura con el sol de la mañana. En las paredes cuelgan tiestos de flores. Ponen contrastes de buen gusto, color y  belleza...

De los árabes tomaron miel y  almendras; del mundo cristiano, la afición a la chacina del cerdo. Y, además, lo que venga de la caza. Y, por si no hubiese bastante, hacen gachas; migas con sémola; gurullos - pan, aceite y agua -; pan de higo que sabe a gloria bendita. La fruta, exquisita: peras y manzanas; caquis, en otoño, castañas, cuando arrecia el frío…


Dicen que el Ártico se derrite. Almégijar, ‘la bien Planta’ está donde tienen que estar: launas y pizarras. Arquitectura de un pueblo que guardó de otro tiempo; una iglesia con una torre a cuatro aguas y gente amable que acoge al viajero…

lunes, 17 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Cercanías

 Me voy a Málaga. Cojo, como siempre, el cercanías de las 8,55. El tren ha llegado en hora a la estación. Como siempre me voy al último vagón. Como siempre tomo asiento en el último, junto a la ventanilla, en el lado izquierdo.

Sobre los tejados de las casas que hay al otro lado de la valla que limita la estación revolotean un puñado de gorriones mañaneros. Por la ventanilla entra el sol. Aún no calienta porque a esas horas de la mañana el sol tiene aún piedad de los viajeros.

Sube más gente. Una chica joven se sienta, al otro lado del pasillo central, en el asiento simétrico al mío. La chica tiene el pelo rubio y lacio. Lleva un teléfono móvil en la mano. Mira por ventanilla. La estación a esa hora de la mañana está aseada y limpia. Un hombre con un traje amarillo limón y azul barre el andén; la chica teclea el móvil.

Un tintineo mecánico anuncia el cierre de las puertas. Se cierran las puertas. El tren se echa a andar a la hora en punto. Primero despacio; luego, aviva la velocidad. Cuando entra en el túnel se hace noche oscura. Por poco tiempo. Vuelve, de nuevo la luz. A la derecha los olivares de Canca; a la izquierda, el verde las huertas.

En Pizarra sube más gente. En todas las estaciones del recorrido sube y baja gente. En Cártama, un grupo numeroso. Una señora pasada de carnes avanza por el centro del vagón. Trae señales de sudor marcando retorteros en torno a las axilas. Agradezco en muy interior que se siente un poco más adelante. Temí, por un momento, lo peor.

En Los Prados, la vía corre paralela a la del AVE. Nos cruzamos con un tren que circula en sentido ascendente. Parece que se ha incrementado la velocidad. Es solo una  apreciación. Me pregunto a dónde irá ese tren y cuánta gente irá con sus problemas, mirando, como miro yo, por la ventanilla.


En Málaga sopla un viento fuerte y revuelto. Me cruzo con dos mujeres. Llevan, en bandolera un bolso – cada una el suyo – de playa. Son de mediana edad. Una lleva una niña de la mano. La niña viste una camiseta de presidiario a rayas azules y, bordado horteramente,  sobre el pecho un corazón rojo en el lado izquierdo…

domingo, 16 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La mañana

Ha amanecido un día claro, diáfano y ventoso. Sopla el aire. El aire viene del noroeste, o sea, es terral. En las tierras del interior, a primeras horas del día, el viento terral causa sensación de fresco. Es agradable. Luego, cuando entre la mañana subirá la temperatura y, al medio día, calor. Seguro.
El aire mueve las copas de los árboles. Los limones tienen los tallos tiernos de la movida del verano. Son brotes frondosos, de un verde muy brillante  y muy atractivo. Son de ese verde tierno que tanto agrada a la vista.

El cielo está surcado – como si Alguien hubiese echado una besana imaginaria – por nubes continuadas. Los libros de Geografía a esas nubes las llama cirros. Desde tierra parecen jirones de lanas de ovejas enganchados en las matas de la sierra. Son jirones blancos, largos; se difuminan en el azul turquesa del cielo.

Las corrientes térmicas ayudan a las palomas en su vuelo a hacer unos giros raros, caprichosos cuando vienen a tomar la sombra en los bajos del puente. El puente es de piedra y tiene barandillas – quitamiedos los llaman, también – de tubos oxidados por el temporal y, en sus bajos, pasan muchas horas las palomas resguardadas del sol.

Por debajo del puente corre un arroyo, el arroyo de Paredones. En verano, el arroyo de Paredones casi no lleva agua. La poca que tiene se filtra y serpentea entre las adelfas que ya han perdido las flores a estas alturas del verano. El arroyo de Paredones no tiene chopos ni álamos negros y ni esa vegetación de ribera que da frondosidad. Es un arroyo de sierra que baja quebrado y rápido.

La carretera que va por encima del puente es estrecha. Tiene ondulaciones. Los bordes de la carretera están llenos de brozas que crecieron en primavera. Están secas. Son un estorbo para los coches; arañan los costados y los conductores las evitan. Circulan por el centro: se estrecha más el poco espacio.


Abro, al azar a Juan Ramón, y leo: “la mañana era clara, pura, traspasada de azul…” Entorno los ojos, y pienso y pienso; luego, voy  y lo escribo…

sábado, 15 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Aceitunas

Desde el quince de agosto, en el campo, se guardaban los suelos de las aceitunas porque “la aceituna ya tiene aceite” decían los viejos. Por cierto, este año los olivares tienen bendición de Dios. Piden un rocío de agua del cielo a gritos. Pero que llueva con vergüenza, como tiene que llover, sin daño y con gracia. De la otra manera de caer agua, pues como que no.

Están las aceitunas clamando verdeo temprano y una salmuera y un aderezo de tomillo, hinojos, pimientos colorados y una ajito machacado y una damajuana de boca ancha. (Maestro, no se lo digas a nadie, pero ya mismo tenemos aceitunas nuevas, que saben a leña y están para chuparse los dedos).

Los olivos, alineados como quien presenta armas a la procesión del Corpus una mañana de sol, tienen dobladas las ramas por el peso del fruto maduro. Son cuentas verdes de un rosario escapado de algún cuadro de Alonso Cano. Tienen cuerpo las aceitunas mucho cuerpo y mucho aceite ya dentro.

“A ver si de una vez nos enteramos de que el aceite, hijo de la aceituna, es lo más parecido a nuestra sangre… Que me digan si eso no es razón bastante para tenerle confianza…” Escribió Barbeito para quien se quiera enterar de primera mano.

Manzanillas aloreñas, picuales, cornicabras, picuales, marteñas… Todas con traje nuevo. Tienen distinto nombre pero todas como niñas de verano portan tanta belleza que a la hora de elegir uno se queda con cada una y con todas.

Llevan dentro la gracia de la luna que se asoma por las madrugadas al brocal del pozo y refleja su cara en el espejo del agua quieta para no romperla. . Llevan ese mecío airoso que da la brisa del amanece a los palios de la Vírgenes en medio de cirios de fe.


Están ahítas y prietas. Esperan la mano de ordeño cuando dentro de unos días Alguien diga que ya ha llegado la hora del  verdeo; las que queden, de pasión y molino, esperarán el día de ir al supremo sacrificio. Los olivos ya presentan las armas de su cosecha. Piden un rocío, aunque solo sea un rocío, de agua del cielo. 

viernes, 14 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fiestas

Se cruza este verano de fuego y muerte con angustia. Flota un deseo de cambio del tiempo  y de muchas cosas. Agosto llega a la mediación. La Virgen de agosto viste de feria a media España; la del Carmen lo hizo con las costas azules de olas de espumas y nácar y niñas morenas que querían más tueste y más sol.

El quince de agosto es fiesta en los pueblos y en el campo. Por la Virgen de agosto se percibe como ya se acortan las tardes. Pasodobles, gallardetes y banderines y una orquesta que tocaba en la plaza mayor. Eso era antes. Antes de que llegase el botellón y el alcohol duro y esas cosas, ya saben, en las que las gentes buscan la felicidad.

En el campo se abría la media veda: tórtola y codorniz. La tórtola que venía al pozo podía tener la sentencia escrita en sus alas.  El campo era una traca de cazadores a tiro limpio. Los rastrojos un peregrinar de gente de escopeta y perros buscando las piezas.

La Virgen de agosto viene este año con media España achicharrada por un sol que calienta más de la cuenta, - dicen que el que más ha calendado en los último treinta años - porque el verano viene de largo con el traje puesto; en la otra media dicen que llueve. La gente ha sacado de sus escondites eso que se llaman paraguas.

Es confortador que en medio de estas noticias donde algunos han aparecido con los cables demasiado calientes se salga a la fiesta de la Virgen de agosto.  En muchas plazas lucirán bombillas de colores. España suena a música. Es la gran fiesta del verano.


Benditas vírgenes que estrenaran mantos – las que no, también – por las calles de los pueblos. Gente con ropa nueva y procesiones no se sabe hasta cuándo. “Hoy  los tiempos adelantan que es una barbaridad” cantaba don Hilarión en la Verbena de la Paloma. Bendita España y bendito pueblo que conserva lo que siempre fue suyo.

jueves, 13 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Desde el tren

El tren cruza la sierra - la Sierra de Abdalajís - por una cadena de túneles. El tren deja la llanura y rompe la piedra caliza. El tren viene del norte y busca el sur. La obra de ingeniería es colosal. Hay dos obras porque hay dos líneas de tren. La primera se hizo en el XIX; la segunda, cuando vino la alta velocidad en el XXI. La primera más pintoresca; la segunda, más convencional.

Sale el tren de la sucesión de túneles. Cambia el paisaje. El tren y el río horadan la piedra.  El río busca el mar. El cielo alto y casi siempre azul, a veces, se corona de nubes. Entre túnel y túnel, en ocasiones, se ve la barandilla colgada en la piedra. Es el Caminito del Rey.

El tren se adentra por un valle fértil y frondoso. Caracolea con el río Guadalhorce que casi lleva el mismo camino que él. Es un valle verde. Está ocupado por cultivos de cítricos. En las laderas almendros, olivos, algarrobos…

Al río se le unen arroyos de crecidas tremendas en otoño. El tren lo salva por puentes: imponentes, de hierro, en Las Mellizas; artístico,en piedra labrada y con sabor primoroso en Pizarra.

El castillo de Álora es el adelantado sobre la vega. Recuerda otros tiempos de cuando por el río subieron fenicios, romanos y árabes. Desde otras tierras vinieron en son de guerra a lo largo de varios siglos los hombres de los páramos recios de Castilla. Eran tiempos de guerras.

Pizarra está casi a pie de tren; Cártama, recostada en la ladera. El valle está salpicado de casitas blancas como echadas a voleo y a capricho de un sembrador de sueños. Cuando los trenes no tenían aire acondicionado, pasado Campanillas, por las ventanillas, entraba la brisa del mar. No se veía pero se intuía cercano, casi al alcance de la mano.


Málaga adormece caracolas en el rebalaje y el mar va y viene esparciendo espumas en encajes de nácar. Y el mar está, ahí, solo un poco más allá de la estación a donde llega el tren…

miércoles, 12 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Presiones

Está el patio que echa chispas. No es porque las herraduras de los caballos hagan que salte el pedernal del suelo. No. No es, tampoco, porque el sol reverbera en la cal y se viene de frente  como un toro que no hace caso al capote que le echa en la cara el maestro. No.

Está el patio revuelto. El ministro del Interior ha recibido en su despacho oficial a un presunto implicado en eso de tejemanejes de dinero, amante, muy amante de lo suyo y presunto (aunque se piense lo contrario) de lo de ajeno. Hay, también, quien ‘recibió’ a otro en una gasolinera, en otro tiempo y con otro gobierno, que como todo el mundo sabe es un lugar idóneo para tales menesteres. Eran otros lópeces.

Se han tirado a la yugular de un hombre que tiene cara de hombre triste. Como si viniese de un entierro, como si a ese hombre le doliese algo inconfesable por dentro y que aguanta el tipo porque no hay más remedio.

Los ‘miistas’ en palabras de Arniches no lo entienden ni comparten que del árbol caído no se haga más leña y no se le pegue la lanzada que le quite el resuello de tanto yate en las aguas azules y tanta gilipollez de ostentación; los ‘otristas’ – y sigo con don Carlos – no han desaprovechado la ocasión.

Poner un cadáver delante de una banda de buitres y pedir que se dediquen a tocar la lira es pedir un imposible. Como imposible será que en esta País llamado España algunos presuntos predicadores de la independencia de Cataluña hablen en catalán y no en español… Y, digo, yo, ¿será porque en la lengua de Cervantes los entiende más gente?

Eso de las presiones es connatural a muchos seres humanos. Me viene a la mente lo ocurrido hace unos años en mi pueblo. Una masa considerable acompañaba al presunto hasta el Juzgado para hacer presión. Informado  el Juez no le ve buena pinta, coge el teléfono y llama al cuartel. Mandan una pareja y, cuando los ven venir por la calle, desbandada unánime… Uno de los guardias, 'inocentemente', pregunta:

-  Rafael, ¿por qué hay aquí tanta ‘gente’?


-  Na, que pasábamos por aquí…

martes, 11 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Burraco

Madrid está de calor y nubes. No baja nada de fresco de la Sierra. El aire viene cargado.  Las noches son largas, plomizas, eternas. Madrid está de vacaciones y las calles casi desiertas. Es otro Madrid.   

En las calles de Madrid, además de calor dan, también, gratis lecciones de historia. La pequeña historia de cada día. En el 42 de Fernández de la Hoz una placa municipal dice que allí vivió el “maestro de la muleta y de la palabra, Domingo Ortega; un poco más allá, en Martínez Campos, 15 recuerdan a Marcial Lalanda; a Pepe Hillo, en la del Carmen…

Dice la prensa que Francisco Rivera que ahora se anuncia en los carteles “Paquirri” por poco no ha seguido la senda marcada por su padre en Pozoblanco. Lo suyo no ha sido en Sierra Morena. Estaba muy lejos de los aires de Ronda que embrujaron a Orson Welles o a Rilke. Tenía a los Pirineos, que se tocan de blanco en invierno, al alcance de la mano.

Iba este Francisco, por tradición, por leyenda y por dedocracia para figura del toreo. Por un lado, los genes del bisabuelo Cayetano , el Niño de la Palma, y de su abuelo Antonio Ordóñez Araujo. Yo no lo vi torear en directo por ‘culpa’ de la edad;  por el otro, Paquirri: estilista, banderillero, atleta para un Olimpo de otra gloria.

Se ha escapado por chiripa como se escaparon – él y José Tomás -  aquella tarde en La Malagueta, cuando un toro de Núñez del Cuvillo cortó el corbatín de Tomás que  le decía al toro “si quieres, quítate tú, que yo no me aparto”. Rivera se tiró al ruedo, al quite, a cuerpo limpio…


Rivera le ha hecho un quite a la muerte con su cuerpo de por medio. El toro “Traidor”  - hay nombres que se les traen, amigos ganaderos – era un burraco precioso como escapado de un cuadro de Goya que ha pastado en Zufre en la Sierra de Huelva. ¿La ganadería? Albarreal. Ha estado a punto de pasar a la historia…

lunes, 10 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Los niños

Los niños son para el verano. A veces, pienso qué fue antes, si los niños o aquellas mañanas largas en las que calentaba el sol a medida que entraba el día. Las tardes  no se terminaban nunca y por las noches,  la gente sentada en la puerta tomaba el fresco.

No había nada comparable con la libertad que se abría aquel último día de clases. Comenzaban las vacaciones y los pajarillos con la jaula abierta dábamos voladas a los árboles cercanos huyendo de los gatos. “Niño, - siempre había un gato sórdido, que lo anunciaba - ¡como se lo diga a tu madre…!”

Las siestas eran plomizas. Se cerraban todas las puertas del pueblo y los niños jugábamos en las penumbras del portal. Las chapas de las botellas eran trenes que circulaban por vías de imaginarias y llegaban a estaciones irreales. Todo eran sueños.

Luego, cuando la digestión daba su tregua, por la Cuesta del Río era el momento de ir a los bañaeros. Las albercas de Flores tenían su encanto pero también encerraban dos problemas: el agua tan fría y que estuviesen sin agua por mor de los riegos.

Era más seguro el río. Algún ciruelo tardío, un zarzal con moras en el borde de la acequia, una higuera en sazón, un melonar… El problema venía con el guarda. El guarda siempre estaba en la choza. No dormía la siesta nunca y, además tenía una honda y una puntería certera y un perro que avisada, desde lejos, si por un descuido daba una cabezada.

Lo mejor del verano eran las noches. Las estrellas en la era parecían que se cogían con la mano y el frío de la madrugada ayudaba a conciliar un sueño reparador a un día que era más largo que otros días pero nunca tanto como aquel tiempo que tardaba en llegar la feria.


Todavía no tengo claro si los niños eran para el verano o el verano para los niños. Infancia que se fue. Recuerdos que afloran cuando, ahora, hay quien busca la felicidad – cómo si eso existiera- detrás del botellón y de un ruido ensordecedor.

domingo, 9 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Otra España

Atravieso Asturias de sol naciente a poniente. En Corias, a las puertas del monasterio, el viajero gira hacia Pola de Allande. La exuberancia y frondosidad del paisaje se pierde a medida que se asciende al puerto del  Palo.

Han remansado el Navia en un pantano que acusa meses de carencia de agua. En Grandas de Salime están de feria, tienen cerrado el museo etnográfico y poseen una joya de iglesia románica; en Pesoz toman la recacha de la mañana y en San Martín de los Oscos huele a pradera fresca. Pontenova exhibe chimeneas de hornos donde a principios del siglo XX se trató el carbonato cálcico, y cuenta su historia en paneles al viajero en lengua gallega. Un acierto para los conocedores de esta hermosa manera de expresarse.

Cruzo a Galicia por Ribadeo. Escucho en la radio del coche a Luz Casal. Frente a mí, el mar. Un Cantábrico azul y tranquilo, aunque un poco distante, lejano de ese mar de galernas y terrible cuando vienen los temporales.

Castropol vuele a ser Asturias. Nunca dejó de serlo.  Parece un pueblo de postal asomado a la ría. Se baña la gente en Foz, a pesar de soplar el viento a media tarde.

Mondoñedo, con catedral decrépita deja pasear al mago Merlín ante los ojos de bronce de Cunqueiro al que han sentado, en pose intemporal, frente a la fachada de la catedral. No sé quien será más universal si la obra en piedra o la de don Álvaro. De joven leí Viaje por las Chimeneas de Galicia, y siempre supe que algún día, de una u otra manera, iría a verlo.


He regateado montes, y sin programarlo, en Meira, me he encontrado con el nacimiento del Miño en el Pedregral de Irimia. “El río Miño, nace en fuente de Miña, provincia de Lugo…”. Agradable sorpresa. Hace fresco. Casi al caer la noche el viajero llega a Fonsagrada. Luz canta a Rosalía: “cuando pensó que te fuches / negra sombra que me asombras(…)”

sábado, 8 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fuego



El año pasado, por estas fechas, andaba yo por la Sierra de Gata, cerca de Las Hurdes y Portugal. Un año después hurgo en los recuerdos. Me recome la rabia y la impotencia. Se quema un paisaje perdido, recóndito y bellísimo…

Antes estuve en Ciudad Rodrigo, a la que volvía, unos años después. Mostraba lo acertado del dicho: “la ciudad ideal para vivir es la que tiene Obispo y no tiene Gobernador Civil”. La gente copeaba a la salida de misa del medio día. Las terrazas abarrotadas. Señoras engalanadas con joyas y ropas nuevas. Era una invitación a sentarse. Lo hice. Sobrevolaban las palomas desde los alféizares de las ventanas a los vuelos de los tejados.

Crucé el campo charro y eché carretera fuera. Subí el puerto, y me ‘perdí’ por la Sierra. Hay bellezas en las que a uno no le importaría que se detuviera el tiempo, y seguir viendo cómo se columbran las nubes por los altos de las picos mientras los caños manan, en la umbría de las calles, un agua fresquísima.

Cerca de Perales del Puerto, en plena sierra, dicen que se asienta la ciudad celta del Arcóbriga de la que habló Tholomeo pero yo no fui. Acebo – donde empezó el fuego – está rodeado de robles, pinos, castaños, jaras, brezos… Hace muchos años, cinco vecinos del pueblo se fueron a conquistar América; Hoyos tenía hilos de agua que corrían por sus calles y gateras en las puertas y un chachareo de sombras…

Coria me recibió, al atardecer, con tiempo suficiente para asistir en la catedral a un concierto de guitarra dentro de un concurso internacional. Coria agoniza de un pasado esplendoroso de cuando los obispos estaban de tránsito, camino de una diócesis de mayor enjundia. A la salida paseé por las orillas del río -Alagón- entre gente que apuraba las últimas cenas. Olmos y acacias en la orilla del río pusieron una frontera de más allá a la que no era posible llegar.


Perales del Puerteo, Acebo, Hoyos… Cuando escribo estas líneas sus vecinos están desalojados de sus casas; otros ya regresan a la tierra qujemada. Les aprieta - a ellos, y a todos nosotros - la garganta ante lo que dicen las noticias que está pasando. ¡Qué horror, Dios mío!

viernes, 7 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Entre el puente y el río

Ars – Arssur Formans – es un pequeño pueblecito entre el Ródano y los Alpes. Ars está a poco más de treinta kilómetros de una de las grandes ciudades francesas: Lyon. Ars, en el siglo XIX no llegaba a los trescientos habitantes…
Juan María Bautista Vianney era hijo de campesinos pobres. Poco agraciado físicamente.Torpe. Tremendamente torpe. No retenía nada de lo que estudiaba. Lo expulsaron del seminario porque que ‘no servía’… Como posible remedio,  y por intermediación de un cura amigo que lo avala, lo envían a Ars…
Hasta aquí una historia común. Ese hombre de conocimientos limitádisimos se salió de la tabla. Dormía en el suelo, a penas comía, dedicaba muchas horas a la oración y al confesonario y tenía una capacidad poco común para ‘leer’ en las conciencias de la gentes.
Su fama de santidad comenzó a circular por la comarca de Ars; luego, por Francia. Después saltó las fronteras. A él acudía gente de todas las clases sociales y condiciones. Gente con poder y gente humilde del pueblo.
Muy devoto de Santa Filomena, santa que, posteriormente, se probó que no había existido con ese nombre y sí una mujer, mártir, en Roma con la que la confunden. Tuvo, al parecer, luchas con el diablo… La iglesia celebra su festividad el 4 de agosto.
Se cuentan infinidad de anécdotas. Una viuda, atribulada, acude a recibir consuelo: su marido se había suicidado arrojándose al río. No puede llegar hasta donde está y señalándola en medio de la multitud le dice:
-          “Entre el puente y el río hay mucho trecho”.
Muchos han escrito sobre él. Bruce Marhsall  - el de ‘Cirios amarillos por Paris’– recoge la respuesta a un cura que se queja de la tibieza de su feligresía: «¿Ha predicado usted? ¿Ha rezado usted? ¿Ha ayunado usted? ¿Se ha disciplinado? ¿Ha dormido usted sobre una tabla? Mientras no haya hecho usted todo esto, no tiene derecho a quejarse».

Es, al margen de su elevación a los altares, y que  lo hiciese el patrón, o sea el espejo donde deben mirarse, los párrocos, un personaje excepcional por su humildad, su espiritualidad y su capacidad de discernimiento. Su cuerpo incorrupto se visita en Ars. Francia, laica y libre, una vez, más da una lección para los que quieran aprender…

lunes, 3 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El maestro Gutiérrez

El maestro Gutiérrez era un hombre bajito y de buen humor. Pequeño en estatura; grande como artista. El maestro Gutiérrez, además, era un músico excelente. Tocaba el clarinete y había sido miembro de una banda extinta a la que nosotros no habíamos escuchado de tocar nunca.

El maestro se ganaba la vida con la profesión de sillero. Hoy, con tanta fibra sintética, tanto ‘ikea’ barato y tanto mueble prefabricado damos al olvido muchas profesiones. El sillero echaba los asientos de las sillas, torneaba los palos que luego serían la patas y ponía las tablillas de los espaladares.

El maestro Gutiérrez – Francisco Gutiérrez, que no lo he dicho – tenía su taller artesano conforme se bajaba la cuesta de la calle de la Parra, a mano izquierda, antes de llegar a la barandilla donde estaba la fuente.

En la fuente las colas eran interminables. Poca agua y mucho tiempo. Se criticaba, se hablaba, se discutía, se sacaba pecho.

-          Ya ves – decía una – yo ya no sé qué hacer de comer en mi casa, porque mi gente no quiere comer de nada,  el otro día guisé un pollo con tomates y allí está en la alacena sin que nadie le meta manos.

-          Mamaíta, preguntó el niño que no perdía puntada de la conversación, ¿dónde está la carne? que yo no la he visto…

Otros niños mirábamos con qué maestría el maestro Gutiérrez movía su pierna y hacía, a modo de pedal,  que un artilugio de piezas se pusiesen en movimiento. A aquello se le llamaba torno. Los niños mirábamos atónitos. El maestro Gutiérrez de un palo con cuatro caras sacaba unas patas redondeadas y torneadas.


Era la base en la que trenzando aneas con una maestría mecánica terminaba siendo una silla. El maestro Gutiérrez nunca pudo sospechar que uno de los niños que jugaba con sus hijos y que lo miraba curioso, algún día escribiría unas líneas de admiración, cariño y recuerdo hacia un artista anónimo, parte de otros muchos de los que no sabemos ni sus nombres  pero fundamentales en la vida sencilla de los pueblos.

domingo, 2 de agosto de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El Mar

Está ahí. Desde no se sabe cuándo. O sea, desde siempre. Está ahí. Quieto y yendo y viniendo. Como esa sucesión de días que llamamos tiempo. Está ahí esperando a unos que llegan cuando, periódicamente, dicen que vienen las vacaciones, y la gente se le acerca y goza de él. Está ahí…

Hay días que el mar está quieto. Dormido, placentero. Engaña como engañan algunos ojos, a veces, y no anuncian el volcán que llevan dentro. Es ese mar de calma chicha, de agua que imita a un estanque, de agua azul por la que sobrevuelan las gaviotas y navegan los veleros y deja que se acerquen las sirenas.

Otras veces, se muestra como niño revoltosillo y travieso. Las olas vienen encrespadas. Se estrellan contra las rocas. Son un manojo de espumas y nácar. “Si das en ir a la playa / ten cuidado con las olas / las primeras te acarician / y las últimas de ahogan”. Son olas a las que le viene corto el rebalaje y quieren adentrase por la arena.

Cuando el mar se pone bravo y furioso es temible. Es ese mar tenebroso de los cuadros de las marinas de William Turner o de Esteban Arriaga. Es ese mar de monstruos en sus entrañas que devora pescadores y barcos de los que nunca más se supo. Es ese mar que se corona con cielos de nubes negras como si todas las fuerzas se confabularan juntas.


Hay imágenes placenteras de las playas. Donde no se cabe (hay gustos de difícil explicación) y la gente se agolpa y se estorba y comparte arena, sudor y calor. Hay otras imágenes donde es una gozada disfrutar de ese rumor que viene con la cadencia propia de lo que es extraordinariamente bello. De lo que no tiene igual. Del mar, de la mar que siempre está ahí… esperando quieto y que va y viene.