Igualeja. Nacimiento del río Genal
5, diciembre, viernes
Salvo
Ronda; queda a la derecha. Paso de largo por la carretera de circunvalación que
lleva a Algeciras. Tomo la de San Pedro; al frente, a la izquierda, recortado
en el turquesa del cielo, sobre una mole kárstica, el Pico de la Torrecilla.
Está blanco de nieve. Tiene un manto delicado y sutil como un encaje desvaído. Hace
poco cayeron las primeras nieves. Un poco, más adelante, una deviación lleva a
Parauta y Cartajima…
En el
castillo de Auta, o sea Parauta, dicen que nació Omar ben Hafusm. De haberlo
tenido en cuenta Alfonso II, “el Casto”, de León, habría adelantado en
un montón de años la Reconquista, pero no fue así. Él se hizo fuerte en
Bobastro y presentó cara nada menos que al Califato de Córdoba. Las cosas son
como son. De esto hace poco más de mil años. Tampoco está mal.
La
carretera que lleva a Igualeja va entre riscos. Una sucesión de curvas, buen
piso; el paisaje para echarse a un lado y contemplar y mirar y mirar porque la
vida se pierde en olas de montañas que bajan hasta el mismo Estrecho de
Gibraltar - desde aquí no se ve - . Habría que remontarse a las cumbres, trepar
y, desde la altura, al fondo... Junto a la carretera, esparto, matorral,
aulagas…
Igualeja
está en el fondo. Ahí, precisamente, ahí, arranca el Valle del río Genal que
nace en la ladera. Es media mañana. Me admira tanta belleza. No por conocida
deja de sorprenderme. Me acerco, admiro; contengo el resuello… Antes, la
carretera está bordeada de encinas, de bosque mediterráneo, de belleza a pedir
de mano.
He ido
muchas veces a Igualeja. No importa la estación del año. Siempre regala
belleza. La carretera atraviesa el pueblo blanco. Delante de la iglesia de
Santa Rosa de Lima (el campanario es recuerdo de un alminar) se estrecha. No es
nada anómalo que dos paisanos se enreden en un saludo como si no se hubiesen
visto desde la tarde antes del diluvio universal. Interrumpe el tránsito. Ellos como si nada, a
lo suyo.
San
Juan de la Cruz nunca estuvo por estas tierras. En su Cantico incluye: “Gocemos,
Amado/ y vámonos a ver tu hermosura / al monte y al collado / do mana el agua
pura; / entremos más adentro en la espesura, / y luego a las subidas / cavernas
de la piedra nos iremos, / que están bien escondidas, / y allí nos entraremos…”
Al salir del pueblo, abajo, en
la hondonada, el río se abre camino entre huertos ubérrimos y castaños que
llegan hasta el mismo cauce. Le dan sombra. No se ve; se intuye. Sensación de
paz, de ‘huerto escondido’. Paz de alma. Sí, por aquí, por aquí también pasó “mil
gracias derramando”…
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