Resuena el dolor – si es que el
dolor tiene sonidos, que sí los tiene – hecho añicos en los entresijos del
alma. Ese sonido que, aunque uno se tape los oídos, es imposible de acallarlo.
Es el llanto de un niño perdido en el desierto. Llevaba horas caminado a la
deriva. Era el llanto de un niño en el país de la opulencia. Venía de la
miseria. Se dirigía en su impotencia, al hombre que le encontraba…. A él, niño
de diez años, lo habían abandonado a su suerte.
Hace unos días, era la cara de
miedo y churretosa de una niña de Siria. Un fotógrafo se echó a la cara, una
cámara de fotografía para plasmar la impronta. La chiquita, de cuerpo pequeño
pero de alma enorme, levantó los brazos en señal de entrega. Pensó que la
cámara de fotos era otra cosa. Esa cosa que mata inmisericordemente…
Hace un par de años, fue la foto
del niño en la playa del Mediterráneo Oriental. No recuerdo ahora con certeza
si aquella arena era del territorio turco o griego. Da igual. Su cuerpo sin
vida, era la vergüenza de todos los hombres que tienen alma. Su cuerpecillo…¡Ay
Dios, qué duro, que duro!
Recuerdo ahora, que cuando muchacho, uno
comenzaba a leer y caía en sus manos aquel poema de Gabriel y Galán: Mi
Vaquerillo. Desgranaba la realidad del niño…. Al poeta extremeño, algunos
críticos de esos que saben demasiado, le atacaban y denostaban diciendo que su
poesía era melosa y blandengue. Claro, costaba admitir la denuncia social de
injusticia, tremenda injusticia que saltaba como realidad imposible de ocultar.
Hablaba Miguel Hernández de otro
niño. Dijo de él que había nacido carne de yugo, “más humillado que bello, / con el cuello perseguido / por el yugo para
el cuello”. Era un niño de la gleba, como son muchos niños de hoy, solo que
a la gleba se le llama suburbio de las grandes capitales del mundo o patera a
la deriva entre las olas de la mar encrespada, que pretenden cruzar en busca de
una tierra de promisión…
¿Hasta cuándo esta sociedad
hipócrita va a seguir consintiendo esto? ¿Hasta cuándo los que tienen posibilidad de un
arreglo van a seguir mirando para otro lado? Algún día, alguien vendrá a cobrar
la factura. ¡Seguro!
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