El Barranco merece un rato
aparte. Puedes entrar por la calle Postigo. El postigo era una pequeña
portezuela que se abría en la muralla que rodeaba el castillo. De la muralla,
ya no queda casi nada; de la calle sí, casi como entonces, pero diferente.
La calle, la calle Postigo es
estrecha y empinada. Según qué lugar, las sombras se dan las manos. Se encarama
al corazón de caserío. Como es un lugar que viene de viejo, de antes de que
antes fuese antes, vete al Libro del Repartimiento. Aparece allí y dice a
quienes le dieron casa y esas cosas que se cuentan en los libros viejos.
Por la calle Ancha, puedes subir
a Las Torres. Verás, para nosotros el castillo son Las Torres. Como ha sido
lugar sagrado durante mucho tiempo, pues además tiene un pellizco especial.
Cuando te digo lugar sagrado, debes entender que además de la capilla donde
veneramos al Nazareno y a la Virgen de las Ánimas, allí muchos de nosotros,
cuando nos fue tocando, fuimos dejando a los que más queríamos y bajábamos tan
solos, como solos se quedaban los muertos y con un nudo en la garganta que no
dejaba salir las palabras…
Cuando subas por la calle, no te
diré ni dónde ni cuándo debes pararte. A ratos, según la intensidad de la
marcha, se te cortará el resuello; otra vez requerirá tu atención la vega
amplia y feraz, que se abre hasta que la cierra la lejanía. Por su centro se
las anda un río manso y lento que va camino del Mediterráneo, muy próximo, pero
no lo ves.
Si has subido ya, párate en la
explanada de entrada antes de acceder al castillo. Retira todo lo que de valor
tuviste que emplear para subir – porque a veces la impresión del precipicio te
habrá sobrecogido el ánimo – y entrégate a la contemplación de estos paisajes
únicos que en ocasiones uno tiene la suerte de encontrar cuando va por los
caminos.
¡Ah!, si subiste al atardecer,
echa la vista arriba, a eso que unos le llaman cielo; otros, espacio; otros,
gloria; otros… Bueno a lo que iba, a mí me ocurrió hace unas tardes. Vi que la
última reforma no ha tenido la continuidad… y ocho o diez parejas de cernícalos
– primillas – aprovechaban las
térmicas y planeaban. “Es que anidan aquí, me dijeron, entre las oquedades de
la muralla” y entonces, yo le di gracias a Dios por haberle dado tanto a mi
pueblo.
Qué pena haber vivido en Alora sin ser entonces consciente de tan singular belleza. Cosas de la vida! Gracias a tí y a tus relatos puedo rememorarlo y revivirlo. Gracias
ResponderEliminar