miércoles, 14 de abril de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Fado

 

 

                                    


 

                                                            A Luisa Cabral y Antonio a los que yo quiero tanto


El fado, dicen que es la expresión de lo más profundo del alma de Portugal. El fado es difícil de definir, pero llega a lo más hondo de quien lo escucha, a media luz, en la penumbra de un lugar donde la voz de una mujer, acompañada de una viola y una guitarra portuguesa, desgarra el aire como quien rompe el tul de un velo sagrado.

Pessoa dijo que el fado no es ni alegre ni triste. Nació en los barrios pobres y es una mezcla de melancolía, nostalgia e historias desconocidas del dolor que, a cada uno se le escapa en esos momentos en los que se lucha, a brazo partido, con el destino. Es fatalismo y frustración.

Hay quien dice que el fado es un murmullo de olas, un entronque con las Cantigas d’amigo, un hilo de la música espiritual que pudo venir, en un tiempo lejano del siglo XIX, desde las colonias en África. Cantos de soledad en la cubierta de un barco mecido por la mar…

El fado es un escape al misterio negro y recóndito, angustia de gentes sin ambición ni deseo, que se deja arrastrar como la hoja del árbol caído llevada por el viento de otoño, sin que ninguna mano la alcance. Emoción, celos, amor roto, fuego, tristeza… En el fado hay reminiscencias de las orillas de los puertos, del tango, del flamenco o del rebetiko que, desde las costas de Anatolia, cruzó el mar y llegó a los bajos fondo de El Pireo, Tesalónica o a las Cícladas, en el mar Egeo.

El fado ha tenido grandes intérpretes, pero quizá su figura más sobresaliente fue Amalia Rodrigues. Su padre, zapatero y cornetín de una banda, oriundo de Castelo Branco, buscó mejor fortuna en Lisboa donde no la encontró y tuvo que volver al campo. Ella, vivió con su abuela hasta la juventud, cuando decidió volver con sus padres. Pobre, hija de familia numerosa, superó varios intentos de suicidio y contravientos de la vida.

Acusada de colaboración con el régimen de Salazar según unos; según otros, ayudó financieramente al Partido Comunista, entonces en la clandestinidad. Los reconocimientos oficiales, -el pueblo siempre la tuvo como más excelsa -, en su propia tierra, le vinieron cuando terminaba, su vida. Murió finalizando el siglo XX, en 1999, con 79 años. Ella acuñó: “el fado nació un día, cuando el mal viento soplaba…”

 

 

 

 

 

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