Abril ha llegado con poca agua de
lluvia y trinos de pájaros al amanecer. Se está agostando el campo que pide
agua a gritos, aunque sean esas que dice el refrán que, por pocas, todas caben
en el barril del corral, pero que llueva. El campo se va por días.
Ya están espigadas las cebadas
tempranas en las lomas. Los habares presentan sus frutos con las vainas
granadas y las vezas con las florecillas moradas ponen puntos de color entre el
verdor de sus enredos. Los yeros y los guisantes ofrecen flores blancas y el
azahar se impone con su perfume sensual, profundo, embriagador.
Están todos los pájaros en celo,
o sea anidando. Las madrugadas tienen los cantos más bellos y más poéticos de
la naturaleza: los ruiseñores ponen unas notas tan diferentes, tan distintas que
hasta las estrellas acompasan sus tintineos para acurrucarlos con más mimos.
Son también muy madrugadores los
mirlos. Antes que salga el sol ya están sus silbos, primero, melodiosos, y
luego, mensajeros en la arboleda de la huerta. Hacen sus nidos en los
encuentros de las ramas o en esos lugares donde se pueden sujetar mejor entre
la frondosidad de las hojas.
Los chamarines son los más
tempranos. Es probable que cuando el resto de los pájaros estén en la mediación
de sus crías, ellos vayan ya por la segunda, y los volantones estén de árbol en
árbol explorando el lugar nuevo a donde han llegado.
A media mañana se oye el canto de
la abubilla. No es un canto que llame la atención por su engranaje de notas
pero sí muy característico y con identidad propia. No se confunde su canto con
el de ningún otro pájaro. Cantan los verderones, y los carbonerillos que tienen
sus nidos en el soto del arroyo.
Han llegado las golondrinas. Sus
mensajes desde el cableado callejero – las golondrinas son pajarillos muy
urbanos – dejan constancia de su llegada. Luego vendrán los vuelos rasantes,
rápidos, raudos acarreando pinceladas de barro al nido. Los vencejos llenarán
los bajos de los aleros y vuelos del tejado, y a media tarde, pero cuando ya a
primavera esté más avanzada, los arrullos de las tórtolas llenarán las horas de
la siesta y los jilgueros los bordes de los caminos.
Fray Juan de Yepes lo vio antes
que nadie. Lo dejó dicho: “Mil gracias derramando pasó por estos sotos con
presura…”
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